Procesos de las transiciones democráticas: reflexiones sobre la experiencia chilena

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Discurso pronunciado por la Directora Ejecutiva de ONU Mujeres, Michelle Bachelet, durante un seminario del “Foro internacional sobre los procesos de las transiciones democráticas, organizado por el PNUD en El Cairo, el 5 de junio de 2011.

[Cotejar con el texto pronunciado.]

Muchas gracias por invitarme a participar en este importante seminario y a compartir algunas reflexiones sobre la experiencia chilena en lo relativo a la vuelta a la democracia a fines de la década de 1980 y a principios de la década de 1990.

Antes de entrar en los aspectos de la transición chilena, permítaseme hacer una breve reflexión sobre el nombre de este seminario: se trata en efecto de los procesos y no del camino a la democracia.

Es crucial comprender que los procesos de la lucha social y de la transición a la democracia son momentos únicos para reparar los lazos rotos con la comunidad, para dar forma a las instituciones y para pensar sobre el país en el transcurso de las próximas décadas. Cada país es único y tiene que ser capaz de realizar un autoexamen profundo de modo de proponer un nuevo contrato social y político. Cuando se trata de la transición a la democracia, no hay nada peor que copiar modelos importados.

Es cierto que hay valores universales que tienen que ser respetados: la creación de un sistema jurídico que garantice los derechos humanos, la organización periódicamente de elecciones competitivas y transparentes, la garantía de una mayor libertad de información, la garantía de libertad de asociación, de reunión y de formar partidos políticos, etc. Esto está claro. Sin embargo, el formato final de la transición - su calendario, su énfasis, las instituciones que dirigirán el proceso - debe venir del mismo país con la amplia participación y consulta de la sociedad civil. Cuanto más grande sea la participación de toda la comunidad, más fuerte serán las instituciones que se creen.

Es por esta razón que digo que cada sociedad debe saber cómo establecer su propio camino, y es así que el nuevo Egipto forjará su devenir.

En lo relativo al proceso chileno, hay que recapitular brevemente:

Chile tuvo una larga tradición democrática antes del golpe de estado de 1973. Desde los comienzos de la república independiente a principios del siglo 19, la sucesión presidencial fue efectuada a través de elecciones periódicas. El país tuvo sólo un breve período de inestabilidad en la segunda mitad de la década de 1920, pero para 1932 ya había vuelto a la democracia. En los primeros años del siglo 20 también vio el aumento dramático de la participación política de la clase media, de los trabajadores, de las personas del medio rural y, a partir de 1949, de las mujeres también.

La dictadura chilena duró 17 años, de 1973 a 1990, y durante este período impuso un control político y social con mano de hierro, resultando en la violación sistemática de los derechos humanos, en miles de muertes, en decenas de miles de casos de tortura, en cientos de miles de personas forzadas al exilio. Sin embargo, en el caso de Chile, debemos hablar del proceso de restablecimiento democrático, elemento importante a tener en cuenta porque el país tenía ya la estructura política y social que sirvió de base al proceso.

En 1980 la dictadura adoptó una nueva Constitución que especificaba que se haría un plebiscito en 1988 para consultar a los ciudadanos sobre si el régimen debía continuar hasta 1997. Ello marcó un momento crucial en el restablecimiento de la democracia. La oposición a la dictadura decidió participar en el plebiscito e hizo un llamamiento a los chilenos a movilizarse y votar NO a la continuación de Augusto Pinochet en el poder. Los resultados son bien conocidos: ganó el NO y Pinochet simplemente no tuvo más remedio que abandonar el poder un año más tarde.

¿Cuáles diría yo que son las principales lecciones de este proceso?

En primer lugar, que hay que intentar conseguir la unidad de las fuerzas democráticas a lo largo de todo el camino a seguir.

Hasta 1982 o 1983, la oposición a Pinochet estaba dividida en varios grupos. Viejas querellas entre partidos políticos resultaron en diversas estrategias para hacer la transición de la dictadura, pero lo único que se consigue con esa división de las fuerzas democráticas es fortalecer a las fuerzas que no son democráticas.

Sólo a partir de 1984 comenzó el proceso de diálogo y reorganización de la oposición alrededor de un proceso común. No fue fácil; mi partido, por ejemplo, se unió a la estrategia de la oposición hacia fines de 1987 pero, cuando lo hizo, trajo al proceso amplios sectores comunitarios y de jóvenes.

Lo que es importante es que llevó una enorme cantidad de trabajo político para lograr un acuerdo sobre los procedimientos. La transición requirió miles de reuniones políticas y de seminarios, implicó viajes por todo el país para reunirse con líderes sociales y sindicales de modo de convencerlos de aceptar la estrategia.

En un principio, ni siquiera nos pusimos de acuerdo sobre cómo gobernar una vez que se volviese a la democracia, pero el proceso, en nuestro caso, de vencer a la dictadura a través de elecciones, era claro. Eso demuestra la importancia del liderazgo político. Las manifestaciones pueden darse espontáneamente - y eso es bueno - pero el proceso y el gobierno democrático futuro no lo harán, sino que tienen que ser dirigidos.

En segundo lugar: hay que ponerse de acuerdo sobre las reglas constitucionales de la transición.

En el caso de Chile, hubo una negociación con el gobierno militar después del plebiscito de 1988 y antes de que el régimen abandonase el poder, de modo de reformar ciertos aspectos de la Constitución que limitaban la soberanía popular. Fue sobre esa base que se construyó la posterior democratización.

Quiero aclarar un punto: pueden gustarnos o no estas reglas. Podemos decir que ellas son más o menos legítimas, pero recuerden que en el caso chileno, la base legal para la transición era la Constitución del propio Pinochet. Sin embargo, lo que es esencial es el marco que define el territorio, que permite que se progrese hacia la normalización de la institucionalidad democrática.

Quiero insistir sobre el hecho de que podemos discutir sobre el trabajo preliminar, pero es esencial tener unos cimientos que garanticen que un gobierno es razonablemente “poliárquico, si se me permite usar una expresión de las ciencias políticas.

En una situación ideal, los países deciden sobre ciertos aspectos básicos de funcionalidad a medida que establecen el marco constitucional de la transición, definiendo, por ejemplo:

  • Un calendario de todo el proceso de democratización, desde el más alto poder ejecutivo hasta las autoridades locales.
  • La forma de gobierno: presidencial, parlamentario, o mixto.
  • La duración de la legislatura, el sistema electoral, la definición de las fronteras de los distritos y la elección de un proceso electoral que garantice la transparencia.
  • Los sistemas de justicia electoral.

Esto hay que sumarlo a los valores básicos de todas las democracias de los cuales ya hablé: partidos políticos, libertad de asociación y de reunión, libertad de la prensa, etc.

En tercer lugar, hay que estar atentos a las instituciones a largo plazo.

Cualquier persona que piense que la estandarización institucional de un país es sólo una cuestión de celebrar elecciones, se equivoca. Los gobiernos autoritarios dejan su marca sobre muchas otras instituciones.

Aquéllos que participan en estos procesos deben pensar en el funcionamiento normal de las instituciones tales como el sistema judicial, las fuerzas armadas, los gobiernos federal o regionales, según corresponda, o su propia burocracia. En Chile, por ejemplo, una de las tareas fundamentales del primer gobierno democrático fue precisamente la de llevar a cabo una estandarización, cambiar leyes, modificar los procedimientos y nombrar a nuevos funcionarios en cada institución. Como medida necesaria para garantizar la transparencia, la mejor herramienta para evitar la corrupción es la rendición de cuentas y la reforma de la administración pública de manera de garantizar la eficiencia y eficacia.

En algunas áreas, se tenía que dejar pasar de momento algunas cosas. Por ejemplo, no es un misterio que Pinochet haya seguido siendo el Comandante en Jefe de la Armada durante ocho años, ya que estaba así estipulado en la Constitución. Sin embargo, el objetivo último de los gobiernos democráticos es lograr una obediencia absoluta de los militares a la autoridad civil, lo que se consiguió en última instancia.

En cuarto lugar, hay que tener presente que la democracia es sinónimo de paz.

Es importante no olvidar que a menudo en estos procesos las personas han pasado por largos períodos de inestabilidad y de miedo.

El caso de Chile es un ejemplo. Los estudios de la opinión pública realizados a finales de la década de 1980 mostraron que lo que más decía la gente que quería era vivir, finalmente, en paz y tranquilidad. Nuestros ciudadanos sufrieron enormemente bajo la dictadura, y lo último que querían era que el conflicto político durase indefinidamente.

Eso es un llamado a las fuerzas democráticas de dos maneras: una para prevenir que surja violencia del flanco que fuere, y otra para poder asegurar la paz y el orden bajo el nuevo gobierno democrático.

En quinto lugar, no hay que olvidar que las personas esperan que la democracia también traiga crecimiento y bienestar. “La democracia tenía que dar resultados.

Dado que la transición de Chile fue una de las últimas en América Latina, conjuntamente con la de Paraguay, pudimos observar las diferentes experiencias en los otros países. Algo que me impresionó desde un principio fue la debilidad que podía tener un gobierno democrático si la joven democracia no lograba niveles razonables de crecimiento y bienestar para la población.

No hay que dejarse embaucar por el impulso democrático del comienzo del proceso. Una anécdota chilena: el eslogan de la campaña de 1988 “NO a Pinochet era “La alegría ya viene. Sin embargo, poco después de iniciado el primer gobierno democrático, comenzaron a aparecer los grafitis en la capital que decían “La alegría nunca llegó.

La recuperación democrática es una tarea épica que genera compromisos en los jóvenes y genera movimiento social. Para mí, el día que ganó el NO en 1988 fue tan emocionante como el día que obtuve la presidencia en 2006.

Sin embargo, ese heroísmo épico y ese compromiso desembocan en un gobierno democrático ordinario, donde hay burocracia, donde hay problemas difíciles de resolver, donde hay negociaciones en el parlamento, donde a veces las cosas no avanzan a la velocidad que querríamos. O, como se dice comúnmente, de la poesía de la campaña sale la prosa del gobierno.

Por lo tanto los países tienen que tener especial cuidado de crear las condiciones necesarias para que el nuevo gobierno ejerza su mandato de forma eficaz desde el principio. De lo contrario, la disconformidad del público con el gobierno puede volverse una disconformidad con la democracia.

En sexto lugar, no hay que olvidar que las personas tienen que percibir que la democracia es justa.

En este sentido, la democracia debe poder establecer la verdad, investigar y castigar las violaciones de los derechos humanos cometidas en el pasado y crear los mecanismos necesarios para hacer las reparaciones correspondientes.

Sé que esta idea es controversial. En algunos países, la primera opción fue la de “dar vuelta la página. Ha habido muchas leyes de “punto final en varios países, pero el poder de la justicia es mayor y, en muchos casos, esas posiciones se invirtieron totalmente. La democracia tiene que saber cómo hacer justicia porque hay una razón por la que es una manera éticamente superior de gobernar.

En el caso chileno, el recorrido llevó muchos años - casi diez. Comenzó con una Comisión para la Verdad que estableció los hechos como ocurrieron en la realidad y, de a poco, fueron avanzando los juicios. Porque la democracia es enemiga de la venganza y los progresos en materia de derechos humanos tienen que ser realizados siempre dentro del marco del estado de derecho, aunque lleve tiempo.

La democracia trata de una representación de la sociedad que eleva la importancia, el pluralismo y la inclusión de toda la población, el papel de las mujeres en la transición, el rol de la sociedad civil y de los jóvenes. Aquí quiero destacar la Carta de las Mujeres egipcias, que fue presentada ayer, 4 de junio: “Las mujeres egipcias: compañeras en la revolución y en la construcción de un Egipto democrático.

En esta Carta, las mujeres egipcias piden:

  • Primero: la representación de las mujeres en todo el proceso de democratización, y que esa representación tome en cuenta su proporción en la población y su papel pasado, presente y futuro en la creación de la sociedad.
  • Segundo: las mujeres egipcias piden que se respete los compromisos con todas las convenciones internacionales de derechos humanos, incluyendo la Convención sobre la eliminación de todas las formas de discriminación contra la mujer.
  • Tercero: en materia de derechos sociales y económicos, las mujeres egipcias, especialmente las pobres, tienen que tener acceso a los servicios básicos para que puedan combinar sus roles en el seno de la familia y en la sociedad.
  • Cuarto: las leyes discriminatorias con respecto a las mujeres tienen que ser analizadas y cambiadas sobre una base de igualdad y de justicia.
  • Quinto: tiene que haber una presencia de las mujeres en los puestos judiciales y hay que garantizarles las mismas oportunidades de acceder a éstos.
  • Sexto: las mujeres egipcias exigen una sólida estructura nacional de mujeres.
  • Séptimo: hay que formular una política nacional que dé una imagen positiva y justa de las mujeres y que ayude a crear una cultura sin discriminación hacia la mujer.

Finalmente, además de pensar en la transición democrática, es importante considerar cómo fortalecer también la democracia. Una transición es mucho más que la celebración de elecciones. La idea es que esos procesos generen una democracia sana y vigorosa más que elegir simplemente un nuevo gobierno con tendencias autocráticas.

Por lo tanto, es importante tomar en consideración el modo en que el proceso se fortalecerá con el paso del tiempo. Hay un aspecto de fortalecimiento institucional, como ya dije, pero también uno de promoción de los valores democráticos en todos los niveles y de fortalecimiento de la participación de las personas.