Editorial: Considerar el costo para las mujeres en Irak: una cuestión de conciencia mundial

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Es agosto. Hace calor. Cuando llegas a casa después de un largo día de trabajo, es un alivio poder ducharse y dejar atrás las preocupaciones de la jornada.

Mientras lo hace, dedique un minuto a pensar en los cientos de miles de iraquíes que se han visto obligados a dejar sus hogares. Que viven en calles polvosas, en parques, en campamentos de las Naciones Unidas, en cualquier lugar que encuentran, y tratan de escapar a los duros días de 40 grados de calor. Soñar con agua limpia se convierte en un pensamiento lejano para ellos.

Cientos de miles de iraquíes, muchos de ellos de comunidades minoritarias vulnerables, han dejado sus hogares en las dos últimas semanas, huyendo con urgencia de los más recientes avances de un despiadado grupo extremista que se autodenomina el Estado Islámico. En un esfuerzo desesperado por ponerse a salvo, algunos han huido de Nínive a Kurdistán, a veces enfrentando condiciones de carencia extremas y pasando días en las expuestas laderas montañosas. Estas familias carecen de agua potable, alimentos, refugio y medicamentos. Desde junio, un total de más de 1,4 millones de personas han dejado sus hogares en Iraq a consecuencia de la crisis.

Para las mujeres y las niñas iraquíes, la violenta ocupación de sus ciudades por los extremistas plantea una amenaza inmediata, específica y terrible a su seguridad y sus derechos. Además de perder sus hogares, sus pertenencias y sus medios de vida, las mujeres y las niñas enfrentan el peligro de secuestros, violación, esclavitud sexual y matrimonio forzado, según los informes que provienen de zonas controlados por el así llamado Estado Islámico.

Muchas de estas mujeres huyen solas, porque son viudas recientes a causa del conflicto o han quedado separadas de sus esposos. Deben ocuparse de la subsistencia de otras personas, con escasos recursos o limitadas habilidades para enfrentar las circunstancias, mientras todavía están de duelo. En algunos casos han sufrido maltrato y violencia, ya sea como resultado del conflicto o en el seno de sus propios hogares y comunidades. Sabemos por estudios realizados por ONU Mujeres que algunos hombres de las comunidades de refugiados admiten que, ante la impotencia de estar sentados en una carpa todo el día sin nada que hacer, se han vuelto más violentos con sus familias. Hasta el último refugio se vuelve inseguro para las mujeres y las niñas. Es fundamental que las mujeres reciban apoyo psicosocial que aborde esta violencia y sus necesidades específicas, para así ayudar a ellas y  a sus familias a encontrar una forma de sobrevivir y enfrentar la realidad en entornos sumamente inseguros.

Mientras hoy el mundo conmemora el Día Internacional de la Asistencia Humanitaria, reconocemos cómo las mujeres y los hombres que se desempeñan en el campo de la asistencia humanitaria son afectados por los horrores y el trauma que observan en las atribuladas zonas del mundo donde trabajan. Llevan mucho más que artículos de primera necesidad a las personas necesitadas: llevan esperanza. Rendimos homenaje a este trabajo con respeto y gratitud.

Las Naciones Unidas han designado a esta crisis el máximo nivel de emergencia a fin de acelerar la respuesta. Esta respuesta debe reconocer y responder a las necesidades especiales de las mujeres y las niñas y ayudarlas a enfrentar su trauma, incluyendo la estigmatización que acompaña a la violencia sexual. El daño a las mujeres y a la generación de niñas que están creciendo en estas circunstancias es un costo que Iraq pagará por muchos años; continuará aumentando a menos que logremos detener esta crisis. Es preciso proteger a las comunidades vulnerables de la violencia. La comunidad internacional debe incrementar considerablemente la asistencia humanitaria. Es una cuestión de conciencia mundial. Hacemos un llamado a la acción inmediata.

Este editorial fue publicado originalmente en El País:  http://elpais.com/elpais/2014/08/18/planeta_futuro/1408359099_527030.html