En palabras de Jana Mustafa: “La discapacidad no debe impedir a nadie volver a empezar”

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Jana Mustafa es una sobreviviente de la violencia que cree que la discapacidad no es un problema. Fotografía: ONU Mujeres/Eunjin Jeong
Jana Mustafa es una sobreviviente de la violencia que cree que la discapacidad no es un problema. Fotografía: ONU Mujeres/Eunjin Jeong

Jana Mustafa es una exempleada de una ONG internacional y una sobreviviente de la violencia. Perdió su trabajo debido a un matrimonio en el que sufría maltrato y padeció violencia física y psicológica durante años. Consiguió el divorcio con la ayuda jurídica del centro Hayat de la Franja de Gaza. El centro recibe el apoyo del programa de ONU Mujeres “Un enfoque holístico para servicios de refugio destinados a mujeres víctimas y sobrevivientes”, financiado por la Agencia Italiana para la Cooperación al Desarrollo (AICS). Mientras espera comenzar una nueva vida, Mustafa desea abrir un pequeño negocio para apoyar a su hijo de seis años Jamal y demostrar que su discapacidad no es un problema.

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Perdí la pierna izquierda cuando tenía un año y medio. Fue a causa de una vacunación defectuosa que recibimos mi primo y yo. Mi primo murió ese mismo día.

Nunca me he avergonzado de tener una discapacidad. Siempre he tenido confianza y he ido bien vestida. También tuve un trabajo en una ONG local que me proporcionó formación profesional. La gente a menudo se preguntaba cómo conseguí ese trabajo teniendo una discapacidad. Pero no me importaba lo que pensaban de mí.

Conocí a mi exmarido a través de un amigo hace unos 10 años. Me convertí en su segunda esposa y vivía en una casa independiente de su primera esposa. Poco después él comenzó a traer a otras mujeres a mi casa y a golpearme cuando trataba de impedírselo. También me amenazaba con que no le dijera nada a su primera esposa sobre las otras mujeres.

Cuando mi familia se enteró de su comportamiento, me pidieron que me divorciase de él. No sabía qué hacer... Debido a que mi familia venía a menudo a mi trabajo, comencé a faltar para evitarlos y al poco tiempo me despidieron. Pedí hablar con el director de mi organización acerca de mi situación, pero no me hicieron caso.

Seguía casada por mi hijo, pero el maltrato no cesó.

Mi exmarido no me mantenía económicamente y utilizó mi discapacidad para debilitarme. Al final decidí divorciarme y me puse en contacto con una organización de apoyo a mujeres con discapacidad. Entonces me remitieron al centro Hayat, donde obtuve apoyo psicosocial y asistencia jurídica gratuita. Las abogadas y los abogados de Hayat fueron muy serviciales. Cuando recibí el documento que decía que se había aprobado el divorcio lloré como una niña; fue para mí un gran alivio. Yo solía ser tímida, pero ahora soy una persona diferente gracias a la ayuda psicosocial que recibí en Hayat. Siempre alzo la voz cuando veo injusticias.

Sin embargo, mi situación económica es muy difícil, ya que he estado desempleada durante mucho tiempo. Mi hijo de seis años Jamal y yo vivimos con un subsidio gubernamental de 60 dólares mensuales. Me he ofrecido para realizar muchos trabajos diferentes, pero en todos ellos vieron mi discapacidad y no me dieron una oportunidad. Valgo para la artesanía y la peluquería. Quiero abrir un pequeño negocio donde no tenga que ser juzgada por jefas o jefes que no saben lo que yo puedo ofrecer. La discapacidad no debe impedir a nadie volver a empezar”.