Ucrania y la crisis alimentaria y energética: Cuatro cosas que hay que saber

La guerra de Ucrania ha entrado ya en su séptimo mes. Las consecuencias —humanitarias, económicas y medioambientales— siguen creciendo. Y no sólo está pasando factura en Ucrania, sino en todo el mundo, donde sus efectos están alimentando otros conflictos y emergencias.

ONU Mujeres explora en un nuevo informe las crisis interrelacionadas instigadas y agravadas por la guerra. Hay que tener presentes cuatro aspectos fundamentales:

 

Ucrania y la crisis alimentaria y energética: Cuatro cosas que hay que saber

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Unas mujeres venden harina de mandioca en un mercado de Abuja, Nigeria. En Nigeria, la harina de mandioca suele mezclarse con la harina de trigo elaborada con trigo importado para reducir el costo de elaboración del pan, las galletas, los bizcochos y otros productos de panadería. Fotografía: IFPRI/Milo Mitchell
Unas mujeres venden harina de mandioca en un mercado de Abuja, Nigeria. En Nigeria, la harina de mandioca suele mezclarse con la harina de trigo elaborada con trigo importado para reducir el costo de elaboración del pan, las galletas, los bizcochos y otros productos de panadería. Fotografía: IFPRI/Milo Mitchell

1. La guerra en Ucrania está provocando una crisis alimentaria y energética en todo el mundo.

Los mercados mundiales de la energía y los alimentos están notando la presión de la guerra, lo que quiere decir que también están sintiéndola la población. 

 

Rusia y Ucrania, dos países que se cuentan entre los grandes productores de alimentos básicos, aportan el 90 por ciento del suministro de trigo en Armenia, Azerbaiyán, Eritrea, Georgia, Mongolia y Somalia. Además, Ucrania es uno de los proveedores fundamentales de trigo del Programa Mundial de Alimentos, que proporciona asistencia alimentaria a 115,5 millones de personas en más de 120 países. Y Rusia es uno de los tres mayores productores de crudo del mundo, además del segundo productor —y el principal exportador— de gas natural.

La alteración de los procesos de exportación y producción debido a la guerra está limitando cada vez más la disponibilidad de estos productos básicos. El acceso mundial al petróleo y al gas se ha reducido notablemente. Gran parte del trigo, el maíz y la cebada del mundo sigue estando en Ucrania y en Rusia. Y una parte aún mayor del suministro mundial de fertilizantes —especialmente importante para la agricultura en los países cuyo suelo está agotado— permanece en Rusia y Belarús. Se espera que la Iniciativa de Cereales del Mar Negro, que permitió reanudar las exportaciones cerealistas ucranianas el 1 de agosto, alivie algo esta situación.

Sin embargo, la escasez está impulsando los precios hasta niveles récord. El costo de los alimentos ha aumentado un 50 por ciento desde el comienzo de 2022. Está previsto que la subida de los precios del crudo —que ahora se sitúa en un 33 por ciento— alcance el 50 por ciento a finales de año. El costo del combustible para el transporte, una de las principales causas de la inflación en África en 2021, se ha incrementado todavía más desde el inicio de la guerra.

La desorbitada subida de los precios está impulsando una crisis del costo de la vida en todo el mundo, que tiene una incidencia desproporcionada en los países en desarrollo. Las comunidades de África, Asia, América Latina y Oriente Medio se han visto gravemente afectadas, y los hogares que ya eran vulnerables están pagando el precio más alto.

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Varias personas esperan para recibir alimentos en Odesa, Ucrania, el 21 de abril de 2022. Fotografía: IMF Photo/Brendan Hoffman
Varias personas esperan para recibir alimentos en Odesa, Ucrania, el 21 de abril de 2022. Fotografía: IMF Photo/Brendan Hoffman

2. Las mujeres y las niñas están sufriendo más las repercusiones y de una forma distinta.

La desigualdad sistémica hace que las mujeres sean más vulnerables a las crisis. Tanto en Ucrania como en el resto del planeta, la escasez y el alza de los precios están dejando a las mujeres y a las niñas atrás, exponiéndolas a un riesgo cada vez mayor.

Incluso antes de la guerra, las mujeres tenían más dificultades para acceder a los alimentos y la energía que los hombres. La brecha de género mundial en materia de inseguridad alimentaria, que se cifraba en un 1,7 por ciento en 2019, superó el 4 por ciento en 2021. Y las mujeres y las niñas sufren los efectos de la pobreza energética de forma desproporcionada en todo el mundo.

En Ucrania, los hogares encabezados por mujeres ya tenían más probabilidades de carecer de seguridad alimentaria. Con un menor acceso a recursos como la tierra, el crédito o el empleo formal, y con una brecha de género en materia salarial y en pensiones del 22 por ciento y el 32 por ciento respectivamente, las mujeres ucranianas cuentan con menos apoyos a los que recurrir en tiempos de crisis.

La inseguridad alimentaria y la pobreza energética refuerzan la desigualdad de género en otros ámbitos, como la salud, la educación o el trabajo doméstico. En Ucrania y en todo el mundo, el efecto dominó de la guerra está exacerbando las desigualdades existentes y agravando las amenazas para el bienestar de las mujeres y las niñas.

La violencia de género —intensificada tanto por el conflicto como por la inseguridad alimentaria— está aumentando. La violencia contra mujeres y niñas en el ámbito privado, la explotación sexual, la trata y otras formas de violencia contra las mujeres y las niñas se están extendiendo en Ucrania y en otras zonas afectadas por el conflicto, en las que el desvío de los recursos y la atención han agudizado el riesgo.

Se espera que las tasas de matrimonio infantil, que ya se habían incrementado notablemente debido a la pandemia de COVID-19, sigan creciendo. Es una situación habitual en las zonas afectadas por conflictos, donde las tasas llegan a escalar al 20 por ciento cuando las familias recurren a medidas desesperadas. Las niñas se enfrentan además a un mayor riesgo de abandono escolar: en Etiopía, Kenya y Somalia, el número de menores en riesgo de dejar la escuela ha pasado de 1 millón a 3,3 millones en tres meses.

Las mujeres y las niñas también pasan más hambre. Cuando no hay suficientes alimentos disponibles, las mujeres suelen pagar el peaje más alto, ya que reducen su propia ingesta y reservan esa comida para otros miembros del hogar. Esta tendencia es patente en Ucrania y en otras zonas afectadas por conflictos, lo que empeora las tasas de malnutrición y anemia entre las mujeres.

Asimismo, el aumento de la carga del trabajo doméstico recae de forma desproporcionada sobre las mujeres. Conseguir alimentos y combustible requiere más tiempo y esfuerzo cuando hay escasez: una tarea añadida que ahonda las desigualdades en el hogar.

Tanto en Ucrania como en el resto del mundo, las formas interrelacionadas de discriminación agravan la desigualdad de género, exponiendo a los grupos ya vulnerables a un riesgo todavía mayor.

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Una mujer somalí desplazada por la sequía y al borde de la hambruna sostiene a su hija. En Somalia y otras zonas en crisis, la escasez de cereales provocada por la guerra de Ucrania está exacerbando la inseguridad alimentaria. Fotografía: WFP/Samantha Reinders
Una mujer somalí desplazada por la sequía y al borde de la hambruna sostiene a su hija. En Somalia y otras zonas en crisis, la escasez de cereales provocada por la guerra de Ucrania está exacerbando la inseguridad alimentaria. Fotografía: WFP/Samantha Reinders

3. Ya es hora (hace tiempo) de repensar nuestros sistemas energéticos y alimentarios globales.

Los efectos combinados de la guerra de Ucrania y otras crisis relacionadas están dejando al descubierto importantes debilidades en los sistemas energéticos y alimentarios mundiales.

La inseguridad alimentaria ya estaba aumentando antes del estallido de la guerra, con una cifra aproximada de 44 millones de personas al borde de la hambruna debido a la COVID-19, el cambio climático y los conflictos. En total, en 2022 hay unos 345 millones de personas de 82 países en una situación de inseguridad alimentaria aguda o de alto riesgo, unos 200 millones más que antes de la pandemia.

La pobreza energética sigue estando generalizada, después de que la pandemia de COVID-19 diera al traste con gran parte de los progresos recientes. En 2020, 733 millones de personas todavía no tenían acceso a la electricidad. La increíble cantidad de 2400 millones de personas carecen de sistemas limpios para cocinar, un factor de contaminación del aire doméstico que provoca 3,2 millones de muertes prematuras al año, la mayoría entre mujeres y menores de edad. Y alrededor de 1000 millones de personas reciben atención en instalaciones sanitarias sin un suministro eléctrico fiable, lo que hace que las subidas de precios y las interrupciones del servicio puedan poner en riesgo los tratamientos médicos.

La vulnerabilidad de los sistemas energéticos y alimentarios mundiales se debe en gran parte a nuestra dependencia de los combustibles fósiles. Mientras la seguridad energética esté vinculada al petróleo y al gas, seguirá siendo susceptible a la volatilidad del mercado y al alza de los precios: muchas de las personas que perdieron el acceso a la energía durante la pandemia simplemente no podían permitirse pagarla. Y el papel de los combustibles fósiles en la distribución y la producción agrícola —por ejemplo, el uso de gas para la fabricación de fertilizantes nitrogenados— se traduce en que el aumento del precio del petróleo incrementa la volatilidad de los precios de los alimentos.

En el contexto del empeoramiento de las crisis climática y medioambiental, la guerra de Ucrania ha puesto de relieve la urgencia de la transición para liberarnos de los combustibles fósiles. Sin embargo, el espectacular crecimiento de los precios del gas y el petróleo puede derivar en última instancia en una mayor inversión en este sector: los beneficios caídos del cielo para la industria de los combustibles fósiles dificultarán el cambio. Sin intervención, el mundo asistirá a un retroceso de la descarbonización, un proceso que ya avanzaba demasiado despacio.

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Martha Alicia Benavente, de un pequeño municipio de Guatemala, asistió a un programa de capacitación conjunto de las Naciones Unidas sobre ingeniería solar. Ahora quiere usar su formación para mejorar el acceso a la energía de su comunidad. Fotografía: ONU Mujeres/Ryan Brown
Martha Alicia Benavente, de un pequeño municipio de Guatemala, asistió a un programa de capacitación conjunto de las Naciones Unidas sobre ingeniería solar. Ahora quiere usar su formación para mejorar el acceso a la energía de su comunidad. Fotografía: ONU Mujeres/Ryan Brown

4. Necesitamos soluciones sostenibles sensibles al género.

La igualdad de género debe ser una consideración esencial en la labor de respuesta, recuperación y consolidación de la paz en Ucrania, pero, hasta ahora, la mayoría lo ha pasado por alto. El mismo principio se aplica a otras crisis, como la de la pandemia de COVID-19 o el cambio climático, dos ámbitos en los que las medidas sensibles al género han sido insuficientes, en el mejor de los casos, o inexistentes, en el peor.

Adoptar alternativas sostenibles a la agricultura y la energía de origen fósil es un paso vital para avanzar hacia la igualdad de género en todo el mundo. Contribuirá a reducir las brechas de género en materia de seguridad alimentaria y energética, reducirá las muertes por contaminación del aire y disminuirá el trabajo doméstico y de cuidados no remunerado. Además, supondrá nuevos puestos en empleos verdes para las mujeres y un potencial aumento de la productividad de la agricultura a pequeña escala desarrollada por las mujeres.

Este tipo de cambio sistémico requiere una gran cantidad de recursos. Los impuestos a los beneficios caídos del cielo de las compañías gasísticas y petrolíferas y la eliminación de los subsidios a los combustibles fósiles —en los que el mundo gasta unos 423.000 millones de dólares anuales— pueden ayudar a redirigir la financiación de la industria de la energía fósil a la creación de nuevos sistemas sostenibles y sensibles al género.

Y, ante todo, las mujeres deben participar en todos los procesos de toma de decisiones. Sólo con la participación y el liderazgo de las mujeres el mundo encontrará soluciones a las múltiples crisis a las que se enfrenta.

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Las mujeres rurales de Guinea practican la agricultura sostenible. Fotografía: ONU Mujeres/Joe Saade
Las mujeres rurales de Guinea practican la agricultura sostenible. Fotografía: ONU Mujeres/Joe Saade