Por qué invertir en las mujeres es una cuestión de derechos humanos 

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Foto de Flor de María Ramos, una joven agricultora y madre soltera de El Salvador.
Flor de María Ramos, de 23 años, es una joven agricultora y madre soltera que vive y trabaja en Chalatenango, El Slavador, donde ha participado en iniciativas de empoderamiento económico de ONU Mujeres. Foto: ONU Mujeres/Oscar Levia.

Invertir en las mujeres es tanto un imperativo económico como una cuestión de derechos humanos. Se trata de una cuestión de derechos humanos porque los sistemas económicos y financieros mundiales son cómplices de perpetuar la desigualdad de género. Al mismo tiempo, se necesitan recursos financieros para superar estos retos y construir un mundo que permita a todas las mujeres realizar sus derechos. Invertir en las mujeres les permite prosperar, una prosperidad que puede cuantificarse en términos financieros.

Por qué invertir en las mujeres es una cuestión de derechos humanos 

Los sistemas financieros y económicos de los que nos hemos dotado no favorecen la igualdad de género

El mundo persigue el crecimiento a costa de la salud y el bienestar de las personas y del planeta. El sistema financiero actual se rige por la búsqueda de beneficios, lo que puede ir en detrimento de las mujeres cuando los intereses de los inversores no coinciden con las necesidades y prioridades de estas últimas. El cambio climático es consecuencia del consumo ilimitado de combustibles fósiles sin tener en cuenta sus costos sociales y ambientales. La crisis climática afecta de manera desproporcionada a las mujeres y las niñas, que son más propensas a sufrir las consecuencias perjudiciales del cambio climático.

La interconexión de los mercados e instituciones a escala mundial influye en las experiencias y oportunidades de las mujeres de formas que no siempre son equitativas. Por ejemplo, debido a las normas y actitudes patriarcales hacia las mujeres en el mundo laboral, estas acaban soportando una mayor carga de trabajo doméstico y de cuidados no remunerado, lo que limita su capacidad de actuar en materia económica, su autonomía y su bienestar. Las mujeres realizan tres veces más trabajo de cuidados no remunerado que los hombres, pero el valor económico de esta labor no se contabiliza porque no se refleja en las estadísticas oficiales, como el producto interno bruto (PIB). Una parte desproporcionada de este trabajo recae en mujeres pertenecientes a grupos de bajos ingresos, migrantes y racializados, lo que pone de relieve que las mujeres sufren discriminación por factores como el género, la raza, la discapacidad, la nacionalidad y la sexualidad.

Las mujeres tienen tan solo el 64% de los derechos legales de los que disfrutan los hombres, y la arraigada desigualdad merma sus oportunidades económicas. Las mujeres siguen estando sobrerrepresentadas en los empleos y sectores peor remunerados, e infrarrepresentadas en los que ofrecen mayor potencial de generación de ingresos. Este es solamente uno de los factores que impulsan las disparidades salariales entre hombres y mujeres. Más de la mitad de las mujeres que trabajan lo hacen en la economía informal, que suele caracterizarse por la precariedad y la vulnerabilidad; esta proporción es todavía mayor –alrededor del 90%– en los países en desarrollo. A escala mundial, las mujeres asalariadas ganan de media un 20% menos que los hombres, una diferencia que se dispara hasta el 35% en algunos países. Las desigualdades también son asombrosas en el mundo de la empresa. Por ejemplo, la brecha de género persiste tanto en las empresas consolidadas (32%) como en las que intentan dar sus primeros pasos (20%). La desigualdad de oportunidades en la economía se agrava de generación en generación, atrapando a las mujeres en la pobreza e impidiendo que se beneficien por igual del crecimiento económico.

Los recursos financieros son necesarios para que las mujeres realicen sus derechos

A pesar de las dificultades que plantea el sistema financiero a las mujeres, para revertir la desigualdad de género se necesitan recursos financieros. El déficit anual previsto para alcanzar los objetivos mundiales de igualdad de género asciende a 360.000 millones de dólares de los Estados Unidos. Los datos muestran que, al ritmo de avance actual, en 2030 seguirán viviendo en la pobreza extrema más de 342,2 millones de mujeres y niñas.

Una de las inversiones más importantes para la igualdad de género es la protección social, un aspecto crucial para reducir la pobreza y la vulnerabilidad. Sin embargo solo el 26,5% de las mujeres están cubiertas por sistemas integrales de protección social.

Además de recursos financieros, las mujeres necesitan acceso a la tierra, la información, la tecnología y los recursos naturales. En 2022, 2.700 millones de personas seguían sin acceso a Internet, lo que supone una barrera importante para su capacidad de conseguir un empleo o poner en marcha un negocio. Las mujeres también tienen menos probabilidades que los hombres de ser propietarias de tierras agrícolas o de poseer derechos de tenencia seguros sobre ellas en el 87% de los países de los que se dispone de datos.

Las mujeres que prosperan impulsan economías prósperas

Lograr la igualdad de género y la autonomía de las mujeres es un objetivo que no requiere justificación, porque los derechos humanos no tienen precio. Sin embargo, sabemos que las mujeres contribuyen a la economía directamente a través de su participación en actividades económicas como el trabajo formal y el emprendimiento, pero también de manera indirecta a través de otras contribuciones como la asunción de una parte desproporcionada del trabajo de cuidados no remunerado. Los datos demuestran que si se redujeran las brechas de género, el PIB per cápita podría aumentar un 20%.

Invertir en las mujeres puede ser una oportunidad. Se estima que la eliminación de las brechas existentes en los servicios de cuidados y la ampliación de los trabajos decentes permitirían crear casi 300 millones de puestos de trabajo de aquí a 2035. Diversos estudios muestran asimismo que la inversión en el sector asistencial podría crear casi el triple de puestos de trabajo que una inversión idéntica en la construcción y producir un 30% menos de emisiones de gases de efecto invernadero. Además, las inversiones en el sector de los cuidados liberarán un tiempo muy necesario que las mujeres podrán dedicar a actividades de su elección, como actividades económicas, educación u ocio. A pesar de estos claros beneficios, las mujeres siguen quedándose atrás en la economía.

Es fundamental reconocer los derechos de las mujeres como una cuestión de inversión, a fin de crear soluciones transformadoras que permitan a las mujeres realizar sus derechos, escapar del ciclo de la pobreza y prosperar de verdad.

Invertir en las mujeres es un pilar fundamental para construir sociedades inclusivas. El progreso de las mujeres nos beneficia a todas y todos.