Desde mi perspectiva: “En la lucha por el clima, el componente joven no puede ser relegado a un plano simbólico.”

Mercedes Pombo, de 23 años, es activista climática y cofundadora de Jóvenes por el Clima Argentina. Es estudiante de filosofía y forma parte del Grupo Asesor de la Sociedad Civil de ONU Mujeres en Argentina.

Desde mi perspectiva: “En la lucha por el clima, el componente joven no puede ser relegado a un plano simbólico.”

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Mercedes Pombo, activista climática y cofundadora de Jóvenes por el Clima Argentina. Foto: Virginia Robles.
Mercedes Pombo, activista climática y cofundadora de Jóvenes por el Clima Argentina. Foto: Virginia Robles.
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Argentina tiene una marcada trayectoria en materia de derechos humanos y organización social, así como un protagonismo claro de la juventud a la hora de catalizar agendas sociales y políticas.

Es ese legado el que me llevó a militar en el ambientalismo y a entender la crisis climática, no como un problema técnico que exige solamente reemplazar una fuente de energía por otra, sino como un problema eminentemente político y ético.

Las dificultades económicas estructurales que atraviesa gran parte de nuestra población hicieron que muchas veces se piense a la agenda ambiental como una cuestión de segundo orden, un lujo que se podían dar los países más desarrollados y no nosotros.

La gran contradicción es que esas economías sustentaron su desarrollo en los recursos del sur global y, paradójicamente, las peores consecuencias van a impactar y ya están impactando en los países que menos contribuyeron históricamente a esta crisis.

Por eso me parecía ilógico que, mientras a nivel internacional se estaba gestando un movimiento juvenil contra la crisis climática, no exista una expresión de esta lucha en Argentina, que piense el problema desde un enfoque regional.

Frente a esa necesidad de crear una representación de este movimiento, pero anclada a nuestra realidad geográfica e histórica, creamos junto a otras y otros compañeros Jóvenes por el Clima Argentina, que se convirtió en la organización juvenil contra la crisis climática más grande de Latinoamérica.

Para construir este movimiento fue necesario deconstruir la idea que existe en el imaginario colectivo del ambientalismo, muchas veces entendida como una lucha importada, disociada de otras problemáticas sociales y económicas, y que se reduce a la suma de las voluntades individuales.

Creo que las experiencias de la lucha feminista me aportaron una perspectiva central para pensar la crisis climática. Al feminismo también, por mucho tiempo, se lo relegó a un segundo plano y se lo pensó, como muchas veces se piensa al ambientalismo, como una discusión que pertenece a ciertos sectores privilegiados, asociándose a un discurso individualista y despolitizante.

Hoy entendemos que, no solamente las brechas de género impactan transversalmente en toda la población, sino que también profundizan las desigualdades preexistentes y que sus impactos son mayores en quienes ya se encuentran en una situación de vulnerabilidad.

Particularmente, cuando hablamos de la crisis climática, el impacto que tiene el aumento en intensidad y frecuencia de fenómenos climáticos extremos está directamente relacionado a factores sociales y económicos.

Si bien son consecuencias que, indudablemente, afectan la calidad de vida de toda la población, las olas de calor —o de frío— se tornan en una situación de vida o muerte para quienes no tienen las herramientas necesarias para hacerles frente.

Por otro lado, los impactos económicos de esta crisis, como los que conlleva la prolongada sequía que atravesamos en el país, también redundan en una mayor desigualdad social.

Por eso, desde la creación de Jóvenes por el Clima siempre pensamos en la política como herramientas de transformación y a la dimensión colectiva como un fenómeno central.

Algo que también para mí es fundamental a la hora de analizar a este movimiento emergente, es que el componente joven no puede ser relegado a un plano simbólico, sobre todo sabiendo que la cara más cruda de la crisis climática la van a vivir las generaciones más chicas (y futuras).

No necesitamos solamente banderas, es importante que tengamos espacios de incidencia reales en el presente para poder transformarlo.