Invertir en el empoderamiento económico y la seguridad de las mujeres en Rwanda

“Soy madre y me resultaba imposible trabajar la tierra todo el día, atender a mis cinco hijas e hijos y seguir siendo productiva, sobre todo con mi hijo pequeño, que necesita atención constante”, explica Christine Mukamana, que vive en el distrito rwandés de Nyaruguru.

“Con ese nivel de estrés, mi trabajo se resentía, nuestros ingresos eran bajos y nuestro hogar era un desastre”, continúa. “A veces me preguntaba si no sería mejor dejar de trabajar, limitarme a quedarme en casa y cuidar de mi familia”.

Invertir en el empoderamiento económico y la seguridad de las mujeres en Rwanda

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Christine Mukamana is seen with her youngest son at the Early Childhood Development Centre in Munini Sector, Rwanda.
Christine Mukamana con su hijo pequeño en el Centro de Desarrollo de la Primera Infancia en el sector de Munini, Rwanda. Foto: ONU Mujeres/Geno Ochieng.

En Rwanda, las mujeres dedican un promedio de siete horas diarias al trabajo de cuidados no remunerado, frente a las 2,1 horas que le destinan los hombres. Este desequilibrio restringe enormemente la capacidad de las mujeres de aprovechar las oportunidades económicas en pie de igualdad con los hombres.

Un ejemplo de estrategia para resolver este problema es la colaboración entre ONU Mujeres y el distrito de Nyaruguru para crear tres Centros de Desarrollo de la Primera Infancia (ECD). Estos centros ofrecen un entorno seguro para niñas y niños en el que cuentan con comidas diarias nutritivas y actividades educativas a un precio asequible. Durante los tres últimos años, más de 200 mujeres han podido dejar a sus hijas e hijos en estas instalaciones mientras iban a trabajar.

“Unirnos al ECD de Munini en abril de 2022 supuso un gran cambio en mi vida y en la de mi familia”, afirma Mukamana. “Aquí mis hijas e hijos gozan de seguridad, juegan y aprenden, siguen una dieta equilibrada y, además, participan en actividades estimulantes que fomentan su desarrollo”.

“Dado que ahora puedo centrarme totalmente en mi trabajo, soy mucho más productiva y consigo más dinero para sostener a mi familia”, prosigue. “Nuestras condiciones de vida también han mejorado, en casa se respira una mayor harmonía”.

Los ECD han sido posibles gracias a la financiación de socios del sector privado y del público, como la República de Corea, en el proyecto “Espacios públicos seguros” de ONU Mujeres en Rwanda. Este proyecto ha llegado a 8.279 mujeres y 6.918 hombres en un esfuerzo por transformar normas sociales discriminatorias y crear entornos seguros para que las mujeres puedan emprender actividades de generación de ingresos.

ONU Mujeres ha colaborado con Rwanda Men's Resource Centre (RWAMREC) y Action Aid en el abordaje de creencias culturales y sociales negativas sobre las responsabilidades y funciones de las mujeres.

“No debemos subestimar la importancia de contar con los hombres y los niños como aliados por la igualdad de género”, apunta Jennet Kem, la Representante de ONU Mujeres en Rwanda.

Recuerda su participación como ponente en un acto de concienciación celebrado en el distrito de Nyaruguru, en el que recogió testimonios que demuestran que “cuando todo el mundo se implica y colabora para lograr el objetivo común de la igualdad, esto resulta en un mayor nivel de prosperidad, unidad y paz para los hogares y las comunidades”.

Nyiramayira Donatile, una mujer que asistió a los cursos sobre igualdad de género y prevención de conflictos junto a su esposo explica que antes se despertaba e “inmediatamente empezaba con las tareas: barrer la casa, segar la hierba para las vacas, recoger batatas, ir a por leña y cocinar para la familia. A veces se ponía el sol y todavía me quedaba mucho por hacer”.

“Me sentía desbordada porque mi marido no ayudaba en ninguno de los trabajos domésticos y llegó incluso a malgastar nuestros recursos financieros cuando vendió el ganado sin consultarme”, añade.

Pero, después del curso, Donatile y su esposo han sido capaces de equilibrar mejor sus tareas domésticas para asegurarse de que la carga no resulte abrumadora.

“Ahora somos un equipo”, dice. “Mi marido me ayuda en varios quehaceres de la casa, lo que no solo me facilita acabar mis tareas, sino que también me permite ser más productiva en mi pequeño negocio hortícola, que contribuye a aumentar los ingresos familiares”.

En otro programa, ONU Mujeres ha cooperado con ADEPE Rwanda, la Young Women’s Christian Association y otras organizaciones para proporcionar a las mujeres capacitación sobre gestión de negocios, emprendimiento, alfabetización financiera y capital inicial para empresas.

Ese programa, financiado con USD 2 millones de la Agencia Suiza para el Desarrollo y la Cooperación, ha beneficiado a más de 2.500 mujeres, entre ellas, mujeres que viven con discapacidades, extrabajadoras sexuales y madres adolescentes. Alrededor del 80 por ciento de las participantes decidieron iniciar o ampliar su negocio.

Dative Mfitumukiza, una joven que vive con una discapacidad física en el distrito de Musanze, relata que la participación en el programa le ayudó a sentirse más realizada.

“Crecer con una discapacidad física hizo que mi vida fuera muy difícil”, explica. “A pesar de todo, estaba decidida a completar la educación secundaria y, con suerte, después podría montar un negocio. Tras graduarme, generar ingresos para mantenerme me resultó muy difícil. Y las cosas empeoraron cuando fui madre.”

“Cuando ADEPE me propuso participar en los cursos de ONU Mujeres, me embargó la esperanza”, confiesa Mfitumukiza. “Gracias a lo que aprendí y al apoyo que recibí, ahora gestiono una pequeña empresa de venta de harina de mandioca y gano RWF 100.000 diarios [unos USD 80]”.

“Con ese dinero, puedo sufragar la educación de mis hijas, pagar un seguro de salud, alquilar un terreno para la empresa y hacer una aportación mensual a nuestro grupo de ahorro”, añade.

Las historias de Mukamana, Donatile y Mfitumukiza son una prueba tangible de la influencia transformadora que tiene invertir en el potencial económico, la seguridad y la inclusión de las mujeres.

“Nuestras intervenciones conjuntas demuestran que debemos revisar y abordar colectivamente las estructuras, los estereotipos y las creencias culturales preexistentes que excluyen y discriminan a las mujeres y las niñas, limitando su potencial”, afirma Jennet Kem.

“El poder para cambiar está en nuestras manos y necesitamos todas las manos posibles, incluidas las de los hombres, los niños, las autoridades, las y los líderes comunitarios y muchas más”, añade. “Es así como podemos hacer las cosas de otra manera e influir para lograr un cambio duradero.”