En palabras de Mahbouba Seraj: “Somos la esperanza, somos el poder que mantiene unido a Afganistán”

Mi nombre es Mahbouba Seraj. Tengo 74 años. Soy activista y defensora de los derechos de las mujeres y vivo en Afganistán. Soy historiadora de formación y durante los últimos 12 meses elegí quedarme en Afganistán para ser testigo de lo que le sucedía a mi país y a su gente, y para trabajar por un Afganistán mejor, uno que nos pertenezca.

En palabras de Mahbouba Seraj: “Somos la esperanza, somos el poder que mantiene unido a Afganistán”

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Mahbouba Seraj, una de las activistas por los derechos de las mujeres más prominentes del mundo
Mahbouba Seraj, una de las activistas por los derechos de las mujeres más prominentes del mundo, en una reunión con ONU Mujeres sobre la implementación de una respuesta a la crisis humanitaria centrada en las mujeres en Kabul (Afganistán), en enero de 2022. Fotografía: ONU Mujeres/Olguta Anghel

El 15 de agosto de 2021, estaba en Afganistán, en mi oficina. Fui testigo de todo desde el primer momento en que sucedió. Las primeras noches y los primeros días fueron particularmente horribles. Afganistán se estaba convirtiendo en un caos: la gente corría para todos lados; las oficinas se estaban cerrando. Todo sucedía frente a mis ojos: en 24 horas, la democracia por la que habíamos trabajado por 20 años se derrumbó. Lo primero que vino a mi mente fue “¿Qué les va a pasar a las mujeres de Afganistán? ¿Qué vamos a hacer?” El 15 de agosto fue el día en que las mujeres de Afganistán empezaron a dejar de ser humanas, el día en que supimos que ya no había lugar para los derechos de las mujeres en ningún lado.  

Una vez en mi vida me obligaron a dejar mi país, en 1978. Era joven, tenía mucha energía y quería quedarme en Afganistán, pero tuve que irme debido a las fuerzas que llegaron al poder. Esta vez, era diferente; ahora soy una ciudadana afgano-estadounidense. Me pareció que no era momento de dejar Afganistán, de dejar a mis hermanas, de dejar a todas las personas que quiero y que me importan. Sabía que no tenían nada más. Creí que mi presencia les daría fuerza y por eso decidí quedarme, decidí no volver a ser una refugiada.  

En mi vida, también siempre quise ser testigo; gran parte de la historia de Afganistán sucedió frente a mis ojos. Tengo 74 años, he visto belleza y desastres, logros y destrucción, y todo lo que hay en medio. Quería quedarme y recordarles a todas las personas que, como el resto de los sucesos históricos, esto también pasaría.  

La vida de las afganas ha dado un giro de 180 grados. Mientras veía desaparecer la democracia por la que habíamos trabajado tanto durante los últimos 20 años, al mismo tiempo también desaparecía el trabajo que hicimos por nuestro país como mujeres afganas. Las mujeres de Afganistán pasaron de existir —de ser parte de la sociedad, trabajar, ser parte de todos los aspectos de la vida como doctoras, juezas, enfermeras, ingenieras, directoras de oficinas— a no ser nada. Todo lo que tenían, incluso el derecho más básico de ir a la escuela secundaria, les fue arrebatado. Para mí, ese es un indicio de que no quieren que existamos. Nuestros hermanos no nos ayudan; nos quedamos solas y lo que sucede es que nos estamos extinguiendo.  

Las afganas son de las mujeres más ingeniosas y fuertes del mundo: su resiliencia es inquebrantable. Pero hicieron mucho trabajo y una y otra vez debemos comenzar de cero, y eso es lo que nos está matando realmente. Pero debemos hacer lo que sea necesario, y lo haremos. Sólo porque quieran que dejemos de existir, no significa que vayamos a detenernos, porque sí existimos y estamos aquí. Haremos todo lo que esté en nuestro poder. Y el mundo está de nuestro lado, el mundo no nos ha abandonado. Estamos recibiendo ayuda: ONU Mujeres me está apoyando para manejar un centro en Kabul, por ejemplo. La diáspora de mujeres afganas está ayudando; nuestras amigas mujeres de todo el mundo nos están ayudando.  

Hay un punto que quiero dejar muy claro: lo que les está sucediendo a las mujeres de Afganistán puede pasar en todos lados. El caso Roe contra Wade destruyó años de progreso y les quitó a las mujeres el derecho sobre su propio cuerpo. Se les están quitando los derechos a las mujeres en todos lados y si no tenemos cuidado, les sucederá a todas las mujeres del mundo.  

Cada una de las mujeres de Afganistán está haciendo algo extraordinario, sólo por estar vivas, por alimentar a sus familias y por mantener la esperanza de que, tal vez, algún día, la situación mejorará. Me asombran cada una de las afganas: las que están dentro del país y las que están fuera del país con el corazón roto, que también lloran día y noche mientras su trabajo, todo lo que construyeron y todo por lo que lucharon se disuelve día tras día.  

El mundo debe mirarnos a las mujeres de Afganistán no como ciudadanas de segunda clase de algún lugar. Somos las mujeres de un país al que le han hecho mucho mal. El mundo nos conoce. Durante los últimos 20 años, le hemos probado al mundo quiénes somos. Ayúdennos a volver a levantarnos. A las que nos estamos levantando en Afganistán, ayúdennos a levantarnos en Afganistán. A las que ya no podemos vivir en Afganistán, ayúdennos a salir para poder levantarnos fuera del país. El mundo no debe pensar que nos está dando migajas: levántense con nosotras, a nuestro lado, y vean lo que podemos hacer.  

Somos la esperanza, somos el poder que mantiene unido a Afganistán. Hagámoslo, pero esta vez hagámoslo con toda el alma, el corazón y la cabeza que se requiere. El mundo debería mostrarnos el respeto que merecemos realmente. Estamos estirando los brazos y les pedimos que nos ayuden.   

Hubo tiempos en los que el mundo entró en tiempos malos y oscuros, en los que pensamos que el sol no volvería a salir. Pero nada dura para siempre; esa es la filosofía en la que creo con todo mi corazón. Tengo esperanzas, debo tenerlas. Tengo muchas esperanzas por un Afganistán mejor, un Afganistán que pertenezca a su gente, a todas nosotras y todos nosotros.  

Algún día ya no estaré aquí, pero mi esperanza es que mujeres jóvenes y valientes de todo el mundo cuenten mi historia y críen a generaciones y generaciones de mujeres que alzan la voz, como lo hice yo, por muchos siglos más.