En palabras de Aissa Doumara Ngatansou: “Mi propia experiencia de discriminación me inspiró para convertirme en la activista que soy actualmente”

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Aissa Doumara Ngatansou. Photo: UN Women
Aissa Doumara Ngatansou. Foto: ONU Mujeres/Teclaire Same

Aissa Doumara Ngatansou, de 46 años de edad, es una madre de tres en la región del Extremo Norte de Camerún. Es cofundadora de una filial de la Asociación para la Eliminación de la Violencia contra la Mujer, establecida en 1996 en la ciudad de Maroua. La Asociación trabaja con sobrevivientes y junto con personas encargadas de adoptar decisiones en la lucha por poner fin a los matrimonios precoces y forzados y otras formas de violencia de género. Con el apoyo de ONU Mujeres, como parte del programa humanitario financiado a través del Fondo Central para la Acción en Casos de Emergencia (CERF) de las Naciones Unidas y el Gobierno del Japón, la Asociación ha prestado servicios de socorro, medios de sustento y apoyo psicosocial a mujeres y niñas afectadas por la insurgencia de Boko Haram en la región.

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Perdí a mi madre cuando tenía 11 años de edad y, al cumplir los 15 años, mi padre y su familia decidieron casarme con un hombre que habían elegido sin mi consentimiento. Fue entonces cuando me di cuenta de que tenía que hacer algo por mí misma. Mi propia experiencia de discriminación me inspiró para convertirme en la activista que soy actualmente.

Después de casarme, decidí continuar con mis estudios. La familia de mi esposo se opuso a mi decisión, pero me mantuve firme. Con el tiempo, mi marido se volvió más comprensivo. Tras terminar los estudios secundarios trabajé con otras mujeres para poner en marcha nuestra asociación en Maroua y apoyar a las mujeres y niñas que sufren violencia.

Las dificultades por las que atravesé me hicieron ver que el reto principal reside en el carácter patriarcal de nuestra sociedad. La discriminación por motivos de género y la violencia contra las mujeres están arraigadas en nuestra cultura y religión. En nuestra zona, la religión y la cultura están íntimamente entrelazadas, y los hombres utilizan la religión con fines personales y para marginar a las mujeres. Esencialmente, las mujeres no gozan del mismo reconocimiento ni trato que los hombres. Los hombres piensan que la violencia es normal, y que las mujeres deben aceptar el maltrato.

En la Asociación veo casos de violencia de género a diario. En ocasiones recibo llamadas o visitas por parte de mujeres educadas con una posición importante en la sociedad a las que les da vergüenza pedir ayuda abiertamente. Después de asesorarlas, las remito a la asistencia social o a la oficina de género para que reciban más servicios.

Este no es un trabajo fácil; hemos sufrido muchos ataques por parte de las familias de las niñas a las que protegemos. Algunas familias incluso nos demandaron judicialmente por concienciar a sus hijas contra el matrimonio precoz. También los líderes religiosos se opusieron a la labor que estábamos realizando. La determinación y la solidaridad de las fundadoras e integrantes de la asociación nos impulsan a seguir adelante.

Hemos hecho progresos considerables en la concienciación de las mujeres, las y los dirigentes tradicionales y religiosos y las familias… pero aún no es suficiente. Los casos de matrimonio infantil y violación de niñas siguen siendo generalizados en nuestra sociedad, y la insurgencia de Boko Haram ha empeorado la situación. Ha provocado desplazamientos masivos de población en la región y aumentado la pobreza y las tasas de abandono escolar de las niñas. Asimismo, ha habido un aumento de los casos de violación y secuestro de niñas por parte del grupo terrorista. Esto ha hecho que muchas madres y padres casen a sus hijas a una edad temprana.

El gobierno debe poner en marcha medidas para aplicar las leyes existentes que castigan a los autores de la violencia de género”.