Declaración de la Directora Ejecutiva con motivo del Día Internacional para la Eliminación de la Violencia contra la Mujer, 25 de noviembre de 2019

Poner fin a la violación, que supone un costo intolerable para la sociedad

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Si me concedieran un deseo, bien podría ser erradicar totalmente las violaciones. Sería como ver desaparecer una importante arma de guerra de todos los conflictos, sería lograr que las niñas y las mujeres no tengan que calcular el riesgo diario en espacios públicos y privados, sería eliminar una afirmación violenta del poder, sería en definitiva un cambio para la sociedad.

La violación no es un breve acto aislado. Daña el cuerpo y reverbera en la memoria. Puede tener consecuencias no deseadas que cambian la vida para siempre, como un embarazo o el contagio de una enfermedad. Sus devastadores efectos permanecen durante mucho tiempo y afectan a otras personas: familiares, amistades, parejas y colegas. Tanto en tiempos de paz como durante los conflictos, motiva la decisión de las mujeres de abandonar su comunidad por miedo a una agresión o por la estigmatización de las sobrevivientes. Las mujeres y las niñas que dejan su hogar como refugiadas se arriesgan a sufrir un trayecto inseguro y enfrentan condiciones de vida inciertas en las que posiblemente no haya puertas cerradas, una iluminación adecuada ni instalaciones de saneamiento óptimas. Las niñas que contraen matrimonio buscando una mayor seguridad en el hogar o en el campamento de personas refugiadas pueden verse atrapadas en una situación en la que la violación está legitimizada, con pocos recursos para aquellas que desean escapar, como refugio y un alojamiento seguro.

En la inmensa mayoría de los países, el principal riesgo de violencia sexual para las adolescentes procede de su pareja o expareja, ya sean novios, compañeros sentimentales o maridos. Como sabemos por la labor que realizamos sobre otras formas de violencia, el hogar no es un lugar seguro para millones de mujeres y niñas.

El hecho de que en la mayoría de los casos no se denuncia y los agresores quedan impunes es una realidad casi universal. Para que las mujeres denuncien se necesita en primer lugar una enorme resiliencia para revivir la agresión, ciertos conocimientos para saber adónde acudir y un determinado nivel de confianza en la respuesta de los servicios de ayuda, si es que existen. En muchos países, las mujeres saben que, si denuncian una agresión sexual, es muchísimo más probable que las culpen a que las crean y tienen que lidiar con un injustificado sentimiento de vergüenza. Como resultado, no se escucha a las mujeres si hablan de la violación, la mayor parte de los casos quedan sin denunciar y se mantiene la impunidad de los agresores. Los estudios demuestran que sólo un pequeño porcentaje de las adolescentes obligadas a mantener relaciones sexuales forzadas busca ayuda profesional. Y menos del 10 por ciento de las mujeres que buscaron apoyo tras haber sido víctimas de la violencia lo hicieron recurriendo a la policía.

Un paso positivo para aumentar la rendición de cuentas es conseguir que la violación sea ilegal en todo el mundo. En la actualidad, más de la mitad de los países del planeta carece de leyes que tipifiquen explícitamente como delito la violación conyugal o que se basen en el principio del consentimiento. Además de considerar la violación como un delito, debemos hacer más, mucho más, para que la víctima sea lo más importante de la respuesta y para que los agresores rindan cuentas. Esto implica reforzar la capacidad de los organismos encargados de hacer cumplir la ley para investigar estos delitos y apoyar a las sobrevivientes mediante procesos jurídicos penales, dándoles acceso a los servicios de justicia, policiales y de asesoramiento legal, además de los servicios sociales y sanitarios, especialmente en el caso de las mujeres más marginadas.

Contar con más mujeres en las fuerzas policiales e impartirles una capacitación adecuada es fundamental para que las sobrevivientes vuelvan a confiar en la justicia y sientan que su denuncia se toma en serio en todas las fases de lo que puede ser un proceso complejo. Para progresar también debemos derribar las muchas barreras institucionales y estructurales, los sistemas patriarcales y los estereotipos negativos sobre el género que perviven en los estamentos judiciales, policiales y de seguridad, al igual que en otras instituciones.

Quienes usan la violación como un arma conocen su demoledora fuerza para traumatizar y saben cómo aplasta la voz y la voluntad. Es un costo intolerable para la sociedad. Ninguna otra generación debe verse obligada a luchar con el legado de la violencia sexual.

¡Somos Generación Igualdad y pondremos fin a la violación!