En Tanzanía, las mujeres refugiadas encuentran seguridad y empiezan una nueva vida

En tres centros de mujeres de Tanzanía que cuentan con el apoyo de ONU Mujeres, las refugiadas encuentran espacios seguros para formar redes, adquirir nuevas destrezas y recuperarse del trauma de la guerra y la violencia sexual. Muchas han aprendido nuevos oficios y actúan como defensoras de sus propios derechos. Algunas han encontrado una nueva familia y una nueva vida.

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Korotirida Minani found a second home in Nduta Refugee camp after fleeing from her hometown in Burundi in late 2015. Photo: UN Women/Deepika Nath
Minani Korotirida encontró un segundo hogar en el campamento para personas refugiadas de Nduta tras escapar de su ciudad natal en Burundi a finales de 2015. Foto: ONU Mujeres/Deepika Nath

En septiembre de 2015, Seraphine Mpawenayo, de 38 años, caminó más de 60 kilómetros con su esposo y sus seis hijas e hijos para llegar a la frontera de Tanzanía desde Rutana, Burundi. La familia, que huía de la creciente violencia en su aldea natal, encontró seguridad en el campamento para personas refugiadas de Mtendeli. Allí, Seraphine aprendió a desarrollar su espíritu emprendedor y sus aptitudes de gestión de pequeños negocios en un centro de mujeres que cuenta con el apoyo de ONU Mujeres. En tan sólo un año perfeccionó sus habilidades de confección de ropa y aprendió nuevas técnicas y diversos estilos de costura.

“Me hace muy feliz ver que la gente usa la ropa que yo he confeccionado”, afirma Seraphine, al tiempo que comparte sus planes de abrir una tienda fuera del campamento. Ahora forma parte de un grupo de diez mujeres dedicadas a la confección de ropa que se reúnen periódicamente en el centro de mujeres, aprenden unas de otras y diseñan distintos tipos de faldas, blusas y camisas. Los ingresos que obtienen de las ventas complementan las raciones de alimentos que se entregan en los campamentos para sus familias.

“Un día quiero llegar a ser una diseñadora famosa”, dice Seraphine. “Quizá usted use algo que haya confeccionado yo”, agrega.

Beatrice Emanuel serves as the Women’s Empowerment Supervisor from IRC, and UN Women’s implementing partner at the Mtendeli Women’s Centre. Photo: UN Women/Deepika Nath
Beatrice Emanuel actúa como Supervisora de Empoderamiento de la Mujer del International Rescue Committee (IRC), entidad asociada en la implementación de ONU Mujeres en el Centro de Mujeres de Mtendeli. Foto: ONU Mujeres/Deepika Nath

Desde 2016, ONU Mujeres apoya al International Rescue Committee (IRC) en la provisión de capacitación y servicios a través de los centros de mujeres de Nyarugusu, Nduta y Mtendeli, en Tanzanía. Estos campamentos albergan a más de 500.000 personas refugiadas que huyen de la violencia en los países vecinos: Burundi y la República Democrática del Congo. El proyecto cuenta con financiamiento del Fondo Central para la Acción en Casos de Emergencia (CERF) de las Naciones Unidas, con apoyo del Gobierno de Noruega.

“Las mujeres y las niñas refugiadas desempeñan un papel esencial en la reconstrucción posconflicto y en el restablecimiento del tejido social de sus comunidades”, sostiene Hodan Addou, representante de ONU Mujeres en Tanzanía. “Los centros de mujeres ofrecen un entorno seguro y propicio para crear redes de contactos y entablar conversaciones profundas sobre experiencias traumáticas compartidas, lo que contribuye a la recuperación”.

Beatrice Emanuel, Supervisora de Empoderamiento de la Mujer del International Rescue Committee (IRC), asociado en la implementación de ONU Mujeres en el Centro de Mujeres de Mtendeli, concuerda: “Se observa un cambio palpable en la actitud y la seguridad con que se manejan las mujeres después de haber pasado un tiempo en el centro. No es sólo un espacio para que las mujeres aprendan nuevas habilidades que les permitan ganarse la vida; también las alivia de sus tareas domésticas diarias”.

Los tres centros, terminados a fines de 2016, cuentan con grandes patios y galerías que ofrecen espacio suficiente para las clases de confección de ropa, cestería, lectura y escritura para adultos, y cerámica. En cada edificio hay consultorios a los que las refugiadas pueden acudir confidencialmente en busca de orientación acerca de cuestiones de planificación familiar o violencia de género.

A unos 167 kilómetros de Mtendeli, en el campamento para personas refugiadas de Nduta, Minani Korotirida, de 57 años, teje un cesto junto a un grupo de mujeres. Las manos de Minani están muy ocupadas trenzando diseños complejos con haces de hierba seca y tiras de plástico. Terminar un cesto grande le lleva alrededor de una semana, y el producto se vende por 8 dólares.

A woman weaves a basket in the Nduta Refugee Camp. Photo: UN Women/Deepika Nath
Una mujer teje un cesto en el campamento para personas refugiadas de Nduta. Fotografía: ONU Mujeres/Deepika Nath

“Ojalá pudiésemos vender nuestros productos a otros clientes en los mercados que están fuera de los campamentos”, afirma. “Ganaríamos casi el doble que ahora”.

Minani huyó de su pueblo natal de Ruyigi, en Burundi, a finales de 2015, con sus tres hijas e hijos y un nieto, cuando los rebeldes le robaron su tierra y amenazaron con golpearla. Había perdido a su marido durante el conflicto étnico de 1993, pero en Nduta encontró un segundo hogar.

Korotirida Minani and other women refugees practice tailoring in the Nduta Refugee camp. Photo: UN Women/Deepika Nath
Minani Korotirida y otras refugiadas confeccionan ropa en el campamento para personas refugiadas de Nduta. Fotografía: ONU Mujeres/Deepika Nath

En tiempos de crisis, las disparidades de género suelen acentuarse. Los centros de mujeres ejecutan un programa de 16 semanas de duración que trabaja con los hombres residentes en los campamentos para erradicar los estereotipos de género y prevenir las prácticas culturales nocivas. Mtokambali Mzalendo, de 36 años, es uno de los facilitadores principales del programa en el campamento de Nyarugusu. Mtokambali huyó de la República Democrática del Congo en 1999, y vive en el campamento para personas refugiadas desde hace 18 años.

“Es muy difícil convencer a los hombres de que ayuden a sus mujeres, madres y hermanas en las tareas del hogar”, asegura. “Dicen que es trabajo de mujeres y que los hombres no necesitan colaborar porque son el sostén económico de la familia. Yo intento convencerles de que las mujeres también necesitan ayuda con la crianza de las niñas y los niños, y de que ellas además pueden salir y ganarse la vida”.

Al comienzo del programa, los hombres se mostraban reacios a modificar sus hábitos.

Mzalendo Mtokambali is one of the lead facilitators for the 16-week programme that works with the male residents of the camps to break gender stereotypes and prevent harmful cultural practices in the Nyarugusu camp. Photo: UN Women/Deepika Nath
Mtokambali Mzalendo es uno de los facilitadores principales del programa de 16 semanas de duración que trabaja con los hombres residentes en los campamentos para erradicar los estereotipos de género y prevenir las prácticas culturales nocivas en el campamento de Nyarugusu. Foto: ONU Mujeres/Deepika Nath

“Mi esposa es empresaria y trabaja en el mercado todo el día”, explica Mtokambali. “Yo me ocupo de la casa y de las niñas y los niños cuando ella no está, y todos tenemos un calendario fijo de tareas domésticas. Trabajamos juntos para disfrutar todos de una mejor salud mental y física”.

Al ver los beneficios de percibir dos ingresos, la reducción de las cargas de trabajo y el mejor desempeño de las niñas y los niños en la escuela, los escépticos se han convencido y ahora le piden orientación y apoyo para ayudar a sus esposas.

Para muchas mujeres que viven en los campamentos, los centros han representado el inicio de una nueva era. “Pese a que las dificultades son muchas, no hay motivos para volver a Burundim” sostiene Minani Korotirida. “He conocido a tantas mujeres que sufrieron como sufrí yo... Encontramos una nueva forma de vida, y ahora ésta es mi familia. Aquí me siento segura”.