Espacios seguros para las mujeres y por las mujeres, garantizando infraestructuras inteligentes para todas y todos
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La mujer tiene que estar en casa. La mujer tiene que estar en el lugar de trabajo. En la comunidad. En la calle y en los parques públicos. En la política y los puestos de liderazgo. En las tiendas de alimentación, las aulas y los campus universitarios. La mujer tiene que estar en todos los sitios, y en todos los sitios se tiene que sentir segura y aceptada.
Sin embargo, según un estudio de varios países de Oriente Medio y África del Norte, entre el 40 y el 60 por ciento de las mujeres afirmó haber sufrido acoso sexual en la calle y, en Australia, casi dos de cada cinco mujeres (39 por ciento) con una edad a partir de 15 años que han estado empleadas en los últimos cinco años han sufrido acoso sexual en el lugar de trabajo.
Pero esto es solamente una parte de la historia. Desde los mercados de la región del Pacífico hasta los parques de Europa Oriental, las mujeres alzan la voz y exigen seguridad, respeto e inclusión en los espacios públicos, y se unen para conseguirlo. Mediante esfuerzos comunitarios, ONU Mujeres realiza su labor en todo el mundo para ayudar a las mujeres a reclamar su espacio.
Garantizar la seguridad y la inclusión en los parques públicos
Los espacios públicos y abiertos pueden ser el centro neurálgico de las comunidades. Sin embargo, en muchos casos estos espacios son poco seguros para el 50 por ciento de la población, a causa del acoso sexual y la violencia. Si se incluye a las mujeres en el diseño de espacios públicos, podemos garantizar que se integren sus perspectivas y se satisfagan sus necesidades.
“[Nosotras como arquitectas] podríamos tomar decisiones que conllevarían un mejor resultado y abordarían las necesidades de la comunidad”, afirma Dalia Osama, que trabajó con otras dos arquitectas para diseñar un nuevo espacio comunitario en su comunidad de Al-Shoka, en Gaza, Palestina.
“Por ejemplo, en un principio se propuso poner los aseos en la parte izquierda de la entrada al parque, pero, finalmente, decidimos colocarlos a la derecha porque la luz llegaba mejor desde esa dirección. De esta manera los aseos fueron más seguros para las mujeres y las niñas”.
El diseño de infraestructuras más inteligentes en parques, como, por ejemplo, una iluminación adecuada y buena visibilidad, vías para peatones, así como espacios diáfanos para evitar emboscadas, puede influir considerablemente en la mejora de la seguridad de las personas que visitan los parques.
Con la ayuda de 30 jóvenes del lugar, las arquitectas —Dalia Osama, Samah Al-Nahal y Nihal Zourob— trabajaron juntas para crear una referencia de lo que debe ser un parque público, como parte de un programa conjunto de ONU Mujeres y ONU-Hábitat financiado por el Gobierno del Reino de Bélgica.
El parque de 2.600 m² de Al-Shoka abrió al público en marzo de 2018, proporcionando al fin un espacio para que la gente de la comunidad pudiera disfrutar del aire libre y sentirse segura y bienvenida, en un espacio construido por y para toda la comunidad.
Para trabajar en los mercados, las mujeres se protegen entre ellas
En Fiji y Tanzanía, las mujeres que venden en el mercado se unieron para cambiar la cultura de su lugar de trabajo, es decir, el mercado.
Cuando Varanisese Maisamoa empezó a frecuentar el mercado de Rakiraki de Fiji en 2007, inmediatamente se dio cuenta de las dificultades con las que se topaban las vendedoras en su día a día. No había ningún tipo de seguridad, el suministro de agua era escaso y la iluminación, insuficiente.
“Me percaté de que habían estado en esa situación durante 15, 20 o más años, y de que nadie había escuchado sus peticiones”, afirma Maisamoa.
En el mercado de Mchikichini de Dar es Salaam, Tanzanía, Betty Mtehemu vio cómo muchas mujeres sufrían en silencio, incapaces de alzar la voz para protegerse a ellas mismas y a su comunidad; algunas incluso abandonaban el sector por la violencia de género.
“Me di cuenta de que las personas iban a lo suyo, nadie te ayudaba cuando sufrías casos de violencia de género”, afirma Mtehemu, vendedora en un mercado y presidenta de la Asociación Nacional de Mujeres para las personas que comercian en el mercado informal. “Las mujeres vendían sus alimentos y no les pagaban, los hombres abusaban de ellas, ¡y nadie hacía nada! No había ninguna medida para protegerse ante la violencia de género”.
Sin embargo, las cosas han cambiado gracias a sesiones de concienciación sobre la prevención del acoso sexual, el maltrato doméstico y la violencia económica, y al apoyo y el asesoramiento jurídico de la organización local Igualdad para el Crecimiento, una entidad beneficiaria del Fondo Fiduciario de la ONU para Eliminar la Violencia contra la Mujer, gestionado por ONU Mujeres.
“Es muy importante para las mujeres que podamos trabajar juntas”, afirma Mtehemu. “Cuando todas podemos hablar con una sola voz como mujeres, especialmente sobre los problemas que nos afectan, podemos abordar las dificultades como un equipo”.
Ahora las vendedoras conocen las opciones que tienen cuando surgen casos de violencia de género. Han formado sindicatos de mujeres en el mercado, con comités dentro de cada sindicato, y saben cómo denunciar y vigilar los incidentes de violencia.
En Fiji, Maisamoa constituyó la Asociación de vendedoras del mercado de Rakiraki después de asistir a diversos talleres sobre liderazgo y conocimientos financieros. Estos talleres forman parte del proyecto de ONU Mujeres Mercados para el Cambio, financiado por el Gobierno de Australia e implementado en asociación con el PNUD.
Cuando en 2016 el mercado sufrió daños como consecuencia de un ciclón devastador, Maisamoa y la Asociación de vendedoras del mercado contribuyeron a asegurarse de que el mercado reconstruido fuese resiliente ante los ciclones, lo que incluía incorporar un sistema de recogida de agua de lluvia, tuberías de drenaje resistentes a las inundaciones y un diseño que tuviese en cuenta las cuestiones del género.
“Hoy me siento orgullosa de lo que ha conseguido la asociación respecto a mejorar la seguridad del lugar de trabajo de las mujeres vendedoras. Me gustaría ver un mercado más seguro, que estuviese mejor ventilado, con instalaciones como, por ejemplo, zonas para cambiar a los bebés, aseos de mayor calidad y una mujer encargada de la seguridad en el mercado”, afirma Maisamoa.
Fomentar la solidaridad y la resistencia en los campamentos de personas refugiadas
Para las mujeres y las niñas que huyen del conflicto y la persecución en sus países de origen, los centros de mujeres pueden ser imprescindibles para obtener apoyo en un campamento de personas refugiadas así como una sensación de pertenencia durante un período de inseguridad. En Bangladesh, las mujeres y las niñas rohinyás han recurrido a los centros de mujeres de los campamentos de personas refugiadas para prestarse ayuda unas a otras.
El campamento de Cox’s Bazar acoge a casi 1 millón de personas refugiadas de la comunidad rohinyá, de las cuales la mayoría son mujeres y niñas.
“Como yo misma soy una refugiada, conozco las penurias a las que se enfrentan otras mujeres en los campamentos rohinyás”, afirma Nur Nahar, una mujer rohinyá de 35 años de edad que huyó de Myanmar cuando tenía siete. Actualmente trabaja como mentora, enseñando sastrería a las mujeres refugiadas recién llegadas en el centro polivalente para mujeres del campamento registrado de Kutupalong, en Ukhiya, Cox’s Bazar.
Este tipo de centros son espacios seguros para las mujeres y las adolescentes rohinyás, con servicios de cuidado infantil y salas privadas donde pueden amamantar. También ofrecen espacios de baño seguro y aseos exclusivos para mujeres. Debido a preocupaciones relacionadas con la privacidad y la seguridad, las mujeres y las niñas a menudo evitan utilizar los aseos y los espacios de baño comunes del campamento.
“Para superar esta crisis las mujeres necesitan ayudarse entre ellas”, afirma Nahar. “También necesitan cosas prácticas, como kits de higiene menstrual, velos con los que vestirse porque de lo contrario no pueden salir de su casa, iluminación en los campamentos y más capacitación para adquirir habilidades generadoras de ingresos”.
Cambiar actitudes y garantizar la seguridad de las ciudades
Es importante tener en cuenta la planificación urbana y la infraestructura desde una perspectiva de género, ya que estos aspectos repercuten en la vida cotidiana de las mujeres y las niñas: desde la movilidad hasta su acceso a los aseos y al saneamiento, desde las horas en las que pueden estar fuera hasta el horario laboral y el tipo de empleo que pueden asumir.
En Maputo, Mozambique, casi siete de cada diez niñas y muchachas han sufrido algún tipo de acoso sexual u otra forma de violencia en espacios públicos.
Jareeyah*, de 13 años de edad, no se siente segura ni siquiera cuando tiene que andar los 10 minutos para llegar a su escuela de secundaria por la mañana.
“A veces voy con amigas y amigos… No me siento segura en mi ciudad”, afirma.
Pero Jareeyah ha dicho basta. A través de un grupo de liderazgo de su escuela, organiza debates para que las y los estudiantes reflexionen sobre la violencia sexual en espacios públicos y privados y sobre otras cuestiones relacionadas con la desigualdad de género.
El programa Ciudad Segura de Maputo, parte del programa Ciudades y espacios públicos seguros de la iniciativa emblemática Ciudades Seguras de ONU Mujeres, financiado por la Agencia Española de Cooperación Internacional para el Desarrollo y la ciudad de Madrid, trabaja en dos escuelas para implicar a activistas de la comunidad y a jóvenes a fin de que —como Jareeyah— cambien actitudes y comportamientos que impiden que las mujeres y las niñas estén seguras en los espacios públicos.
“Podemos utilizar nuestras voces para hacer activismo, generar conciencia entre otras muchachas sobre los lugares a los que podemos ir y las maneras de vivir sin violencia, discriminación o insultos”, explica Jareeyah.
Ella y su grupo llevan una cámara para capturar imágenes de espacios poco seguros y utilizan su voz, su expresión artística y las redes sociales para conseguir cambios en las infraestructuras, y para que las muchachas y las niñas desempeñen un papel más importante en la toma de decisiones y en el diseño de políticas públicas sensibles al género.
Está previsto llegar a más de 25.000 miembros de la comunidad a través de actividades de concienciación en los vecindarios de Ka Maxakene y Kamalhanculo. Además, unos 2.000 muchachos y muchachas participan en estas actividades escolares.
Y sus voces están siendo escuchadas. Con las fotografías se logró dar visibilidad a los problemas, y las y los estudiantes consiguieron cambiar la ubicación de los aseos puesto que no eran ni privados ni seguros para las niñas y las muchachas. Es posible que el cambio lleve tiempo, pero es inevitable. Lee mas>