El siglo de la inclusión y la plena participación de las mujeres: Conferencia de Kapuscinski por Michelle Bachelet

Fecha:

Conferencia de Kapuscinski: Michelle Bachelet, Secretaria General Adjunta de las Naciones Unidas y Directora Ejecutiva de ONU Mujeres: “El siglo de la inclusión y la plena participación de las mujeres”. Dublín, Irlanda. 21 de febrero de 2013.

[Cotejar con el texto pronunciado.]

Me complace enormemente estar aquí con ustedes esta noche en Dublín, en su ilustre universidad.

Gracias al ministro Costello por dedicar su valioso tiempo a estar aquí hoy, por sus magníficas palabras de presentación y por presidir este importante evento.

Asimismo, doy las gracias al University College de Dublín, la Comisión Europea, y al PNUD, el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo, por invitarme a pronunciar la distinguida conferencia de Kapuscinski.

Presidente Brady, Secretario General y Presidente Adjunto Rogers, Profesor Farrell, Profesor Walsh, Sra. Nolan, Sr. Szczycinski, muchas gracias por su hospitalidad.

Antes de mi llegada aquí, estuve en Copenhague por iniciativa de los gobiernos de Dinamarca y Ghana, para participar en una consulta mundial sobre desigualdades como parte de los debates en curso destinados a crear una agenda para el desarrollo posterior a 2015.

Y he aquí una cuestión fundamental de nuestro tiempo: la desigualdad.

Iniciamos este siglo con grandes expectativas, con los Objetivos de Desarrollo del Milenio, los ODM, como guía para diseñar un camino a seguir más pacífico y próspero. Pero, ya a principios de este siglo XXI, ocurrieron ciertos acontecimientos mundiales, desde desastres naturales hasta las profundas crisis económicas y financieras y la aparición de nuevos conflictos, que han dado como resultado un panorama de enormes cambios e incertidumbre.

Por todo ello, hoy me gustaría compartir con ustedes algunas ideas sobre oportunidades clave que pueden ayudarnos a construir un siglo XXI que promueva la igualdad, la paz, y el desarrollo.

Parto de la premisa de que, para conseguirlo, debemos fomentar la confianza y el compromiso entre la gente y sus líderes e instituciones. Debemos sumar.

Creo que este tema hace honor al hombre por el que nos reunimos todas y todos aquí hoy, el escritor polaco Ryszard Kapuscinski.

Gracias al fantástico periodismo que ejercía, exploró el poder y también la relación fundamental, si bien siempre cambiante, que hoy llamamos contrato social, una unión frágil pero imprescindible para conseguir la estabilidad y la prosperidad, un contrato entre quienes gobiernan y quienes son gobernados.

Actualmente, el escepticismo sobre la política, la falta de confianza en líderes e instituciones, y una manera de hacer política más reactiva que proactiva parecen ser el signo de los tiempos.

Las nuevas tecnologías, los medios sociales, el cuestionamiento de las diversas vías de crecimiento que han adoptado las sociedades, el ritmo cada vez más rápido de los acontecimientos, y unas relaciones internacionales más complejas dan la sensación de que son los acontecimientos los que nos dirigen en lugar de ser al revés.

Hubo un tiempo en que se asumía que el liderazgo procedía desde arriba. Hubo un tiempo en que se creía ciegamente en el poder y la autoridad de los líderes.

Si de algo estoy convencida es de que, para gestionar los difíciles retos a los que nos enfrentamos, las y los líderes, ante todo, en primer lugar, deben escuchar a todos los segmentos de una sociedad, implicarse activamente con ellos y contar con las personas a la hora de solucionar los problemas.

Como Directora Ejecutiva y fundadora de ONU Mujeres, pero no sólo por este motivo, para mí esto significa que es IMPRESCINDIBLE incluir a la mitad de la población mundial que históricamente ha sido marginada: las mujeres.

Y es también por esto que afirmo que el siglo XXI debe ser el siglo de la inclusión y que esta debe contar con el liderazgo y la participación de las mujeres en condiciones de igualdad.

No alcanzaremos nuestros objetivos de crear auténticas democracias ciudadanas, asegurar la paz y un desarrollo que sea sostenible para todas y todos, si no abordamos correctamente el tema de la inclusión.

Para cumplir con la Carta de las Naciones Unidas, deberemos unir nuestros esfuerzos.

Sólo mediante la inclusión de todas y todos, sumando nuestras fuerzas, podemos afrontar los graves problemas relacionados con los derechos humanos, la paz y la guerra, la profunda pobreza y desigualdad, y la necesidad humanitaria, ya sea en Gaza o en el norte de Malí, en Somalia, Sudán, Afganistán, el Congo o Siria.

Hace más de 25 años, Ryszard Kapuscinski afirmó: “Cada vez más, la sociedad quiere participar en los problemas del mundo, ser activa, ser protagonista”.

Este deseo de participar, ser activa y ser protagonista no es tan sólo un deseo particular o una tendencia social. Se trata de un deseo y un tema al que se han dedicado muchas páginas desde siempre, un derecho humano básico articulado en la Declaración Universal de Derechos Humanos, integrado en tratados internacionales.

Los derechos a la libertad de opinión y expresión, de reunión y asociación pacíficas, y de participación en el gobierno, son objeto de los artículos 19, 20 y 21 de la Declaración Universal de Derechos Humanos.

Es más, estos derechos han protagonizado los movimientos democráticos de los siglos XX y XXI.

Son los derechos que han impulsado cambios históricos, los que espolearon al mundo árabe consiguiendo que millones de mujeres y hombres tomaran las calles para exigir un cambio.

En otras partes del mundo, el llamado 99 por ciento consiguió que su voz se oyera con el movimiento Ocupación de protesta mundial contra las desigualdades económicas, políticas y sociales.

Hoy, como nunca antes, las personas pueden unirse masivamente y de forma mucho más rápida, sin importar las fronteras, gracias a los teléfonos móviles y los medios sociales, interactuando entre ellos pero también con líderes e instituciones, por nuevas vías, inimaginables tan sólo hace unas décadas.

Pero, ¿hemos aprendido a aprovechar plenamente el potencial positivo y beneficioso de nuestro progreso tecnológico para promover la inclusión en sus aspectos más esenciales?

Bueno, tengo malas noticias: en todos los países, en todas las regiones, sigue habiendo personas que quedan al margen de la oportunidad de participar activamente en la vida pública. Se las excluye sencillamente por motivos de raza, nivel de ingresos, etnia, edad, religión, ubicación geográfica, y género.

Señoras y señores,

Mi trabajo como funcionaria pública me ha enseñado a aprender de la experiencia. Por ello, les planteo dos situaciones concretas, también dos oportunidades relacionadas sobre cómo podemos trabajar hacia la inclusión.

Ilustraré mis puntos a través de las oportunidades: los debates sobre los ODM y la agenda posterior a 2015 que todas y todos tenemos presentes y lo que hemos aprendido trabajando en la relación existente entre mujeres, paz y seguridad.

Expresamos nuestra profunda preocupación por los actos de violencia que tienen lugar en Siria y Malí, los nuevos enfrentamientos y el desplazamiento de población que sufre el este de la República Democrática del Congo, Sudán y Sudán del Sur, la incesante inseguridad de Iraq, Afganistán y Somalia, el complejo periodo de transición que atraviesa el mundo árabe, y la frágil recuperación de muchos países en situaciones posteriores a conflictos donde las misiones de las Naciones Unidas preparan su retirada y fin de servicio.

Pero a muchas y muchos nos preocupa especialmente cómo repercuten estos conflictos en las vidas y los derechos de las mujeres y el desaprovechamiento del potencial que estas tienen a la hora de consolidar la paz, considerando que son la mitad de la población.

El porcentaje de mujeres en las mesas de negociación de la paz o en el componente policial y militar de las misiones de paz sigue sin alcanzar los dos dígitos.

Lo mismo ocurre con el porcentaje del gasto que, tras el conflicto, se destina específicamente al empoderamiento de las mujeres o a promover la igualdad de género.

Sin embargo, millones de mujeres y niñas tienen que desplazarse desde el lugar donde viven, sufriendo agresiones cuando se dirigen o vuelven de los campos de refugiados; asimismo, se las priva de educación, se casan a muy temprana edad, se las criminaliza o asesina por defender los derechos humanos, se las agrede sexualmente en centros de detención o en sus propias comunidades, se las condena a una vida de indigencia, se les arrebata su medio de vida y sus esperanzas se desvanecen.

Incluimos cláusulas de protección de sus derechos en las leyes, resoluciones y convenciones, pero el número de ellas que recibe justicia o reparación por los delitos de los que son víctimas sigue siendo insignificante.

Celebramos el papel que desempeñan las organizaciones de mujeres de base para promover la paz y reconciliar comunidades, pero no parece que las hayamos respaldado ni empoderado adecuadamente.

Generalmente, las contribuciones de las mujeres a la paz y la democracia no se reflejan en puestos de liderazgo dentro de las instituciones que adoptan decisiones.

Durante las cinco elecciones parlamentarias celebradas en países con misiones de las Naciones Unidas en 2011, la cifra de mujeres electas disminuyó o bien aumentó de forma no significativa. Como resultado, el promedio de escaños parlamentarios ocupados por mujeres se situaba en un modesto 10 por ciento. De los 11 acuerdos de paz firmados en 2011, tan sólo dos incluían disposiciones específicas sobre las mujeres.

Por otra parte, tenemos diversas oportunidades para mejorar esta situación. Mencionaré cinco de ellas.

En primer lugar, el Plan de acción de siete puntos del Secretario General sobre mujeres y consolidación de la paz establece unas series de compromisos, los más tangibles hasta la fecha, en el sistema de las Naciones Unidas para crear oportunidades que faciliten la participación y el liderazgo de las mujeres en la mediación, la planificación tras los conflictos, la financiación, la gobernanza, la seguridad, el estado de derecho, y la recuperación económica.

Se incluye un compromiso para garantizar que al menos el 40 por ciento de las personas beneficiarias de los programas de recuperación económica tras los conflictos sean mujeres, y para asignar un mínimo del 15 por ciento de los fondos de programas gestionados por las Naciones Unidas como apoyo a la consolidación de la paz y para tratar los derechos de las mujeres y promover la igualdad de género.

Actualmente, diversas entidades de las Naciones Unidas trabajan con marcadores de género y es muy probable que aumenten el porcentaje de gasto asignado a la igualdad de género en la recuperación tras los conflictos y el socorro humanitario.

En segundo lugar, las Naciones Unidas han iniciado su esfuerzo más ambicioso hasta el momento para fortalecer la disponibilidad, la posibilidad de aplicación y la idoneidad de las capacidades civiles a favor de la consolidación de la paz. Como parte de este proceso, estamos llevando a cabo el primer examen holístico sobre la manera en que se estructura y se aplica la experiencia en cuestiones de género.

En tercer lugar, el Departamento de Operaciones de Mantenimiento de la Paz y el Secretario General están decididos a potenciar el ritmo en que aumentan los porcentajes de mujeres en las misiones de mantenimiento de la paz y en los puestos de liderazgo de alto rango.

En cuarto lugar, cada vez hay más datos que demuestran cómo la inversión en empoderamiento de las mujeres puede derivar en mejores tasas de recuperación y una paz más estable.

En muchos países que atraviesan situaciones posteriores a conflictos, el 40 por ciento de los hogares tiene como cabeza de familia a una mujer, y diversas investigaciones reflejan que las mujeres invierten hasta el 90 por ciento de sus ingresos en la educación, salud y nutrición de su familia, tanto durante como después del conflicto.

Asimismo, los países que han atravesado un conflicto y establecen cuotas de género electorales cuentan con un 34 por ciento de parlamentarias como promedio.

La representación política de las mujeres asciende tras aplicar cuotas de género, es decir, una vez que se establecen las cuotas en una ronda electoral, las mujeres consiguen mejores resultados en las siguientes. Sin duda, un dato prometedor.

También nos consta que cuando se cuenta con más mujeres líderes las niñas aumentan la percepción de sus posibilidades y aspiraciones, al verse reflejadas en ellas.

Un aumento de la proporción de maestras por encima del 20 por ciento guarda estrecha relación con las crecientes cifras de matriculación de niñas en la escuela, y, en algunos casos, con un mejor rendimiento académico.

Por su parte, el incremento de la proporción de mujeres policía por encima del 30 por ciento redunda en un mayor índice de denuncias de casos de violencia de género y sexual.

Hablamos de datos. Datos que demuestran un cierto progreso, aunque insuficiente. Por otro lado, son buenos indicadores de las posibilidades existentes y de la importancia fundamental que tiene la inclusión de las mujeres en la consolidación de la paz y la seguridad y, sobre todo, en su mantenimiento.

Estas experiencias siguen la senda de innumerables ejemplos que Europa ha presenciado en el siglo XX a través de infinitas historias de mujeres anónimas y sus contribuciones a la recuperación.

Estos datos también transmiten mensajes clave sobre el tipo de liderazgo que se requiere.

Permítanme referirme a otro ejemplo, el de los Objetivos de Desarrollo del Milenio y las disposiciones subsiguientes.

El proceso de creación de una agenda posterior a 2015 que actualmente nos ocupa, brinda una oportunidad excepcional para priorizar la inclusión, y para promover el empoderamiento de las mujeres y la igualdad de género.

Justamente a principios de esta semana, los gobiernos de Dinamarca y Ghana reunieron a la comunidad internacional en torno al tema de las desigualdades. Las desigualdades son y seguirán siendo el principal reto de nuestro siglo.

Se celebraron amplias consultas a escala mundial sobre este tema y compartimos el informe final sobre las consultas que abordaban las desigualdades, dirigidas conjuntamente por ONU Mujeres y el UNICEF.

Esta fue tan sólo una de las consultas de las 11 que se están realizando bajo el liderazgo compartido de entidades de las Naciones Unidas como parte de las consultas del marco posterior a 2015.

El informe refleja una amplia consulta pública mundial, celebrada desde septiembre de 2012 hasta enero de 2013, y representa tanto el resultado de nuestro compromiso con diversas partes interesadas a través de debates en línea como la síntesis de 176 informes que recibió la consulta.

¿Qué aprendimos de todo ello?

Estas consultas en curso con la sociedad civil, organizaciones de derechos de las mujeres y personas de todo el mundo son imprescindibles y no deberían convertirse en un esfuerzo puntual.

Estamos hablando de desigualdades, por lo que el diálogo y la inclusión deben situarse en el centro del debate. Conseguir que las personas participen en las actividades de desarrollo no es un procedimiento meramente formal, es nuestro deber colectivo.

Si no trabajamos con las personas, si no las escuchamos, no podemos dar forma a la nueva agenda para el desarrollo, y mucho menos implementarla. Las personas no sólo son las beneficiarias, son nuestras aliadas en el desarrollo.

Ya he dejado claro que este es el momento de escuchar lo que las mujeres tienen que decir, de que participen plenamente y de hacer del empoderamiento de las mujeres y la igualdad de género una prioridad en la agenda para el desarrollo mundial posterior a 2015.

Esto lo afirmo no sólo en calidad de Directora Ejecutiva de ONU Mujeres, sino porque las mujeres siguen sufriendo discriminación en el acceso a la educación, el trabajo y los bienes económicos, así como en la participación de los gobiernos tanto locales como nacionales.

La violencia contra las mujeres continúa socavando los esfuerzos de alcanzar todos los objetivos. Por ello, no me cabe duda de que el progreso hacia el año 2015, y en los años posteriores, dependerá en gran medida del éxito que obtengamos al abordar las desigualdades estructurales, poner fin a la violencia y la discriminación contra mujeres y niñas, y promover la justicia y la igualdad.

Con vistas al futuro, es preciso contar con un marco que sea universal, cimentado sobre los principios de los derechos humanos, la inclusión, la igualdad y la sostenibilidad.

Disponemos de pruebas suficientes que demuestran cómo la promoción de la igualdad de género es fundamental para mitigar la pobreza, reducir la desventaja y potenciar el progreso de todos los Objetivos de Desarrollo del Milenio (ODM).

Además, tras un siglo de progreso y cambios, es evidente que en las sociedades con mayor igualdad de género, la democracia es más sólida, las economías están más desarrolladas y la paz es una cuestión prioritaria.

Pese a todo, todavía hoy las mujeres siguen siendo las principales víctimas de la discriminación y los abusos más flagrantes.

Si bien las mujeres constituyen más de la mitad de la humanidad, están lejos de disfrutar de los mismos derechos, las mismas oportunidades y el mismo nivel de participación y liderazgo que los hombres.

Y esta exclusión, esta discriminación y esta violencia de género es uno de los mayores obstáculos que impide impulsar un desarrollo sostenible.

Una de las lecciones más importantes que hemos aprendido de los ODM es que nuestro planteamiento basado en números y porcentajes —sin duda, también a tener en cuenta— ha evitado que nos centremos en abordar las causas estructurales más profundas que producen la pobreza y la desigualdad.

No podemos desaprovechar la oportunidad real que se nos presenta ahora, debemos afrontar las leyes, prácticas y políticas discriminatorias y las normas sociales y culturales profundamente arraigadas que impiden a mujeres y niñas alcanzar su pleno potencial y contribuir a lograr un mundo mejor para todas y todos.

Si nos fijamos en dos de los ODM, el ODM3 centrado en promover la igualdad de género y el ODM5 para mejorar la salud maternal, tendremos una imagen más clara de cómo tenemos que avanzar.

Nuestro objetivo es eliminar la brecha de género en educación de aquí al 2015. Son demasiados los países en los que las niñas siguen quedándose atrás. Pese a que se observan éxitos en la educación primaria, las adolescentes corren un riesgo especial de no finalizar la escuela secundaria.

Hay muchos factores que contribuyen a estas elevadas tasas de abandono escolar en el caso de las niñas y adolescentes.

Entre ellos, destacan las prácticas culturales en la familia y la sociedad que imponen limitaciones a la educación secundaria de las niñas; responsabilidades domésticas que las obligan a asumir tareas en casa y de cuidado; una inclinación a educar preferentemente a los hijos varones; y la presión de que las chicas se casen a edades tempranas.

Como resultado, está previsto que sólo 62 de 168 países alcancen la paridad de género en la educación secundaria de aquí al 2015.

Sabemos que el derecho fundamental a la educación sólo puede lograrse promocionando y protegiendo los derechos humanos de las niñas de forma global.

Dicho de otro modo, no basta con intentar conseguir que más niñas vayan al colegio; también debemos hacer frente a los retos económicos y sociales subyacentes que, en última instancia, apartan a las niñas de la escuela. Tenemos que atacar las raíces de la discriminación y ampliar la igualdad de derechos y oportunidades.

Las disparidades de los índices de mortalidad maternal son otro de los ejemplos claros de la desigualdad de género existente.

Si bien es cierto que las muertes maternales han disminuido durante la última década en un 47 por ciento, ayer noche se mencionó que 800 mujeres siguen muriendo cada día por complicaciones del embarazo y el parto, correspondiendo el 85 por ciento de estas muertes al África subsahariana y el Asia meridional.

De todos los ODM, el que ha obtenido un menor progreso ha sido el ODM5, mejorar la salud maternal.

De hecho, existe un gráfico muy revelador sobre esta falta de mejora. En él puede verse cómo los fondos mundiales destinados a salud aumentan de forma constante, mientras que los destinados a salud sexual y reproductiva apenas crecen y están prácticamente estancados.

Asimismo, los análisis reflejan las grandes diferencias que existen en el acceso a los servicios de salud reproductiva.

El acceso a anticonceptivos y una atención competente en el momento del parto difiere drásticamente entre las mujeres con recursos de zonas urbanas y las mujeres pobres que viven en zonas rurales. Lo mismo puede aplicarse a las mujeres con recursos de zonas rurales y las mujeres pobres de zonas urbanas.

Nos consta también, que, como grupo, las mujeres jóvenes tienen menos acceso a estos servicios, siendo uno de los principales motivos de que las complicaciones del embarazo y el parto constituyan la primera causa de muerte entre las adolescentes de 15 a 19 años.

Sabemos por experiencia que reducir la mortalidad maternal es posible en todas las regiones, y podemos mejorar las cifras si todas las mujeres cuentan con el derecho a la salud, incluido el derecho a la salud reproductiva y sexual, sin importar su edad, ingresos, etnia o ubicación geográfica.

Ha llegado la hora de que el derecho de las mujeres a la salud a lo largo de toda su vida se convierta en una prioridad mundial del desarrollo.

Como pediatra que soy, me gustaría añadir que debemos intensificar el esfuerzo en erradicar el matrimonio infantil.

De nuevo, estamos hablando de datos contrastados. Pero, ¿cuáles son las tres lecciones fundamentales que debemos aprender y que deben guiarnos en todas las medidas que adoptemos en el futuro?

En primer lugar, el Estado tiene un papel y una responsabilidad clave a la hora de promover la igualdad de género y poner fin a la discriminación y la violencia contra mujeres y niñas formulando leyes, políticas y programas. Los estados deben considerar este asunto una prioridad absoluta.

Y me permito añadir que cada país puede abordar las desigualdades como crea conveniente, pero hay algo indispensable: la voluntad política. Únicamente con voluntad política pueden abordarse las desigualdades de manera efectiva.

Ningún país puede fomentar el crecimiento inclusivo y la igualdad sin proteger los derechos humanos de mujeres y niñas, su derecho a disfrutar de una vida sin violencia ni discriminación.

Necesitaremos el apoyo incondicional de los gobiernos y la autoridad de la ley para proteger los logros conseguidos tras arduos esfuerzos de mujeres y hombres de todo el mundo, mujeres y hombres que trabajan y siguen trabajando sin descanso, que quieren cambiar las normas culturales y las actitudes sociales de sus sociedades.

En segundo lugar, para alcanzar una verdadera inclusión e igualdad, tendremos que centrarnos en los factores que establecen límites a la participación de las mujeres en la vida pública y promover activamente la igualdad de oportunidades para las mujeres en los sectores público y privado.

Así, deberemos instaurar medidas proactivas para compensar el trabajo de cuidado no remunerado; garantizar el acceso igualitario de las mujeres a los recursos, bienes y empleos decentes; y articular medidas especiales temporales, como las cuotas para que las mujeres ocupen puestos de toma de decisiones, por ejemplo en los parlamentos o las juntas corporativas.

En tercer lugar, los estados deben definir un nivel mínimo de protección social, bajo el cual no puede haber nadie.

Todas las personas tienen el derecho a disfrutar de ingresos básicos garantizados y el acceso universal a servicios sociales esenciales como la salud, el agua y el saneamiento, la educación y la seguridad alimentaria.

No se trata sólo de la gente: también las economías se benefician de unas sociedades más sanas, mejor preparadas y más igualitarias.

Una sociedad sana debe contar con ciudadanas y ciudadanos que disfrutan del derecho de aprovechar plenamente su potencial y no puede permitirse dejar atrás a las personas más pobres, las más marginadas.

La agenda posterior a 2015 tendrá que basarse en un nuevo contrato social entre estados y ciudadanas y ciudadanos, que priorice la inclusión, la igualdad y la participación democrática.

Añado también que abordar las desigualdades no es algo que concierna exclusivamente a nuestros países concretos.

Vivimos en un mundo de desigualdades. Si permitimos que haya prácticas comerciales injustas, no podemos mejorar las vidas de las pequeñas agricultoras y los pequeños agricultores aunque les ofrezcamos las mejores semillas.

Debemos enfrentarnos a la desigualdad en el nivel del sistema de gobernanza mundial y garantizar que se abordan las brechas existentes.

Para lograr que la nueva agenda para el desarrollo mundial sea un éxito, es preciso definir un objetivo de desarrollo sobre la igualdad de género común, que sea una prioridad transversal.

Debemos unir nuestros esfuerzos para alcanzar la meta de contar con sociedades más igualitarias, inclusivas, pacíficas y sostenibles para todas y todos. Nada más y nada menos.

No podemos seguir mirando hacia otro lado.

Si no prestamos atención a la repercusión negativa que las crecientes desigualdades tienen sobre las personas, comunidades, sociedades y el planeta, corremos el riesgo de no poder disfrutar de un futuro sostenible y pacífico.

No se trata de dividir entre el norte y el sur: el problema es mundial.

Señoras y señores,

Les he ofrecido dos observaciones concretas; sin embargo, estas dos situaciones diferenciadas tienen un nexo común. El tipo de liderazgo que necesitamos.

En mi opinión, parte de la solución que buscamos radica en el liderazgo por el que apostamos.

Personas de todo el mundo desean ver, y exigen, líderes legitimados y políticas legítimas. Líderes que descubran y, sobre todo, practiquen políticas que garanticen oportunidades justas para todas y todos. Líderes que no ansíen un rédito a corto plazo y apuesten en cambio por un futuro más igualitario, más justo y más sostenible. Ese es el reto a superar en nuestro trabajo.

En el siglo XXI, el liderazgo no puede seguir ejerciéndose mediante el control y el mando, tiene que saber escuchar y ofrecer una respuesta. Saber escuchar es fundamental, y las y los líderes actuales cuentan con numerosas herramientas para conseguirlo.

El liderazgo debe encaminarse hacia la inclusión. Pasó la época de los castillos. Pasó la época de los fosos y las fortalezas.

Ha llegado el momento de la apertura y la participación.

El liderazgo no es un empeño que deba llevarse a cabo de forma aislada, ni en primera persona. El liderazgo es fruto de la consulta y la colaboración. El gobierno deriva sus justos poderes del consentimiento de las personas que gobierna. El auténtico liderazgo habla de participación e implicación.

El liderazgo tiene como objetivo conseguir la igualdad. No podemos seguir apoyando políticas públicas que, a la hora de la verdad, reservan lo mejor para los mejores y el resto para el resto.

Tenemos que fomentar valores universales de alcance universal. La educación y la atención sanitaria, el agua segura y el saneamiento, la vivienda y la energía y un empleo decente no son contribuciones filantrópicas o ayudas gubernamentales; son derechos que corresponden a todos los seres humanos.

Esto es algo especialmente importante para las mujeres y niñas. A día de hoy, ninguna sociedad ha alcanzado la igualdad de género.

Si bien hay muchos países en todo el mundo que han avanzado significativamente hacia la igualdad de género en la educación, el vaso sigue estando medio vacío: las mujeres siguen ganando menos que los hombres, tienen menos probabilidades de progresar en su carrera profesional y más posibilidades de acabar viviendo en la pobreza.

El liderazgo hace suya la diversidad y quiere lograr sociedades integradoras. Las personas que se consideran verdaderamente líderes se esfuerzan por valorar y entender a las personas. Para ello, estos son los ingredientes necesarios: humildad, respeto por una o uno mismo y por los demás, y el convencimiento de que no hay nada inalcanzable.

A lo largo de mi vida, he tenido el privilegio de vivir al servicio de objetivos compartidos a favor de la democracia, la igualdad y la justicia, primero en mi país, Chile, y ahora defendiendo a las mujeres de todo el mundo con ONU Mujeres.

Y lo que he aprendido es que el liderazgo no es algo que te venga dado, es algo que se adquiere.

Es fundamental no rendirse nunca, mirar siempre hacia delante. Pero esto no significa olvidarse del pasado.

Al contrario, la necesidad de construir una sociedad mejor es fruto de las lecciones aprendidas.

Cuando construimos una nación democrática, la construimos sobre los cimientos del pasado, avanzamos con un propósito de futuro, con una misión que no excluye a nadie y que garantiza la igualdad de derechos y oportunidades.

En mi cargo como Ministra de Defensa en Chile, antes de que me nombraran Presidenta, mi cometido fue reformar el sector de defensa y continuar trabajando para afianzar el estado de derecho.

Durante el régimen militar, se habían violado derechos humanos y todo lo militar provocaba miedo en la población.

Afrontando este deber con esperanza en lugar de rabia, fue posible ayudar a las personas y a las fuerzas armadas para avanzar conjuntamente bajo un espíritu de identidad nacional y determinación. Nos guiaba la sensación de compartir una misión, la de superar el autoritarismo creando instituciones que celebraran los valores democráticos.

La democracia asienta sus raíces en la solidaridad, la paz y la justicia, y una reforma democrática precisa un liderazgo con convicción. También requiere igualdad e inclusión.

Señoras y señores,

Fue Ryszard Kapuscinski quien dijo: “La mayor contradicción de un mundo en crecimiento es que, al tiempo que disfrutamos de un periodo de desarrollo y progreso, este produce desigualdad. A más progreso, mayor desigualdad”.

Una observación realista, pero yo creo que podemos y debemos hacerlo mejor.

Mientras avanzamos en este ya complejo siglo XXI, defiendo la idea de que tenemos que redefinir qué es el progreso. El progreso que queremos permite cuantificar nuestros esfuerzos a favor de la inclusión y la reducción de las desigualdades.

Cuando asumí el cargo de Directora Ejecutiva y fundadora de ONU Mujeres lo hice con una profunda convicción de que el progreso de la inclusión también tendrá que fomentar enérgicamente y de forma decidida el empoderamiento de las mujeres y la igualdad de género.

Exhortamos a los gobiernos a que acuerden medidas, y las adopten posteriormente, para que las mujeres puedan acceder a oportunidades de liderazgo y participen plenamente en la toma de decisiones, en relación con políticas, asuntos económicos o sociales, o el medio ambiente.

Queremos ver cómo las mujeres disfrutan de igualdad de oportunidades en las economías. Esto exige instaurar una serie de medidas, como proporcionar políticas de conciliación laboral y cuidado infantil, poner fin a la violencia y la discriminación, y eliminar los obstáculos a los que se enfrentan las mujeres respecto a la posesión de tierras y el acceso al crédito.

Esta es nuestra contribución a la inclusión.

Sólo lograremos el desarrollo sostenible cuando todas y cada una de las personas tengan acceso a los servicios públicos esenciales, incluyendo la educación, la atención sanitaria, el agua, el saneamiento, la energía y la protección social.

Finalmente, pido la colaboración de todas y todos ustedes y concluyo con un proverbio irlandés: “An áit a bhuil do chroí is ann a thabharfas do chosa thú”.

Tus pies te llevarán donde está tu corazón.

Les pido que abran su corazón y muestren el valor necesario para que este siglo sea el siglo de la inclusión.

Muchas gracias.