El testimonio de las sobrevivientes: mujeres que lideran el movimiento para poner fin a la mutilación genital femenina

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200 millones de sobrevivientes alzan los brazos. Voces victoriosas rompen con siglos de silencio, y la solidaridad transforma el dolor en un recuerdo lejano. Este es el mundo que sueñan las mujeres que lideran el movimiento para poner fin a la mutilación genital femenina. Este es el mundo que van a crear.

Cada año, millones de niñas y mujeres de todo el mundo se encuentran en situación de riesgo de sufrir la mutilación genital femenina, una práctica nociva que deliberadamente modifica o lesiona los órganos genitales femeninos por motivos no médicos. Si bien las costumbres y tradiciones que perpetúan la mutilación genital femenina varían según las comunidades, por lo general el procedimiento se lleva a cabo en algún momento entre los primeros años de vida y los 15 años de edad, e implica consecuencias graves desde el punto de vista socioeconómico, físico, emocional, sexual y sanitario, incluida la muerte.

Junto con el matrimonio infantil, que de igual modo afecta a centenares de millones de niñas en todo el mundo, la mutilación genital femenina es una práctica que tiene que terminar, y el cambio debe estar liderado por las sobrevivientes y las personas de las comunidades afectadas. Con la fuerza propiciada por sus propias experiencias, sus inestimables conocimientos y años de sabiduría local, las sobrevivientes y los miembros de las comunidades afectadas se encuentran en una posición privilegiada para desgranar matices culturales, reinventar las narrativas y encontrar soluciones para poner fin a la mutilación genital femenina. Estas son las voces que debemos escuchar.

El 6 de febrero, con ocasión del Día Internacional de Tolerancia Cero con la Mutilación Genital Femenina, presentamos el testimonio de cuatro mujeres de entre las muchísimas más que luchan por conseguir una infancia para las niñas sin mutilación genital femenina.

Ella dio el primer paso

Purity Soinato Oiyie Masai girl and anti-FGM activist, Kenya. Photo: UN Women/Ryan Brown
Purity Soinato Oiyie. Foto: ONU Mujeres/Ryan Brown

Purity Soinato Oiyie rebosa de confianza en sí misma. Lleva dos piezas hechas con cuentas; un tocado tradicional masái que cae de su cabeza y un collar con un mensaje rotundo: “Stop FGM”, poner fin a la mutilación genital femenina. Es una líder de su comunidad y defensora de los derechos de las mujeres. Pero para alcanzar este estatus ha tenido que hacer frente a todo tipo de dificultades.

“Tenía sólo 10 u 11 años cuando mi padre decidió circuncidarme. Sería la quinta esposa de un hombre de 70 años. Hablé con la maestra de mi clase y ella informó a la jefatura de policía. Apenas dos horas antes de la ceremonia de ablación, llegó la policía y me retiró del lugar”, recuerda. Oiyie fue la primera niña de su aldea en decir no a la mutilación genital femenina.

Durante los ocho años siguientes, Oiyie vivió en un centro de rescate en Narok, Kenya, lejos de todo lo que le era conocido. “Lo más difícil para mí fue dejar mi hogar, dejar a mi familia. No podía dormir... Me despertaba en medio de la noche y pensaba, ¿debiera volver y someterme a la mutilación genital femenina?”, explica.

La huida de Oiyie, al igual que la de miles de niñas con historias parecidas, repercutió en la dinámica familiar. Tuvo que cargar con las consecuencias. “En casa, mi padre empezó a pegarle a mi madre, echándole la culpa de mi huida. Pero mi madre no quería que yo volviera y me circuncidaran. Me quedé en el centro de rescate y terminé la escuela”.

Terminar los estudios fue un paso fundamental en la trayectoria de Oiyie ya que gracias a ello pudo escoger el camino que quería seguir. Actualmente, Oiyie colabora con una junta que lucha contra la mutilación genital femenina a fin de generar conciencia en aldeas locales sobre las consecuencias nocivas de esta práctica tradicional. Afirma que “es difícil convencer a las personas de poner fin a la mutilación genital femenina, porque se trata de una práctica cultural. Voy a las escuelas y hablo con las niñas y el personal docente; hablo a las personas masái en nuestro propio idioma. Les muestro vídeos sobre la mutilación genital femenina, hago que conozcan sus efectos y les explico la importancia de la educación”, y añade que “se sorprenden al ver a una niña masái educada”.

Aunque Oiyie está orgullosa del trabajo que hace para empoderar a niñas, madres y padres a fin de que rechacen esta práctica nociva, también quiere conseguir una transformación más profunda en su comunidad. Conoce de primera mano la complejidad de la situación, por lo que afirma que: “Lo que necesitamos es educación gratuita para las niñas. El pueblo masái es un pueblo de pastores, y muchos padres y madres no tienen dinero para enviar a sus niñas a la escuela”.

Oiyie sueña con construir una escuela gratuita para las niñas de su aldea, y subraya la importancia de incluir a las niñas y madres jóvenes casadas. “Siendo mujeres, nos merecemos este derecho. Es nuestro”.

Lea la entrevista entera a Oiyie aquí.

El viaje de Jaha

Jaha Dukureh. Photo: UN Women/Ryan Brown
Jaha Dukureh, Regional UN Women Ambassador for Africa. Foto: ONU Mujeres/Ryan Brown

Jaha Dukureh es una conocida activista, Embajadora de ONU Mujeres para África, madre y sobreviviente de la mutilación genital femenina. Cuando tenía 15 años, viajó sola desde Gambia a Nueva York para casarse con un hombre que no había visto nunca. En ese momento se dio cuenta de que la habían sometido a la mutilación genital femenina cuando era un bebé.

“Hay cuatro tipos de mutilación genital femenina; yo sufrí la de ‘Tipo III’, que consiste en extraer totalmente el clítoris y en coser los labios y la vagina dejando únicamente un pequeño orificio para orinar y menstruar. Vi que mi matrimonio no se podía consumar hasta que se revertiera la infibulación”.

Dukureh empezó a hablar anónimamente sobre la mutilación genital femenina cuando se quedó embarazada. “No quería que mi hija tuviese que pasar lo mismo, de eso estaba segura. También sabía que hay millones de niñas en todo el mundo que son como mi hija y que no tienen a nadie que hable por ellas. Si no lo hacía yo, ¿quién iba a hacerlo?”.

Motivada por su estrecha relación personal con este tema, el activismo anónimo de Dukureh pronto se transformó en un clamor de alcance mundial. “Denuncié la mutilación genital femenina y el matrimonio infantil, escribí blogs, amenacé con avisar a las fuerzas del orden si no me permitían abandonar a mi marido, fundé una ONG para combatir estas prácticas y solicité a la administración de Obama investigar el alcance de la mutilación genital femenina en los Estados Unidos de América”.

Además, Dukureh contribuyó en la legislación para prohibir la mutilación genital femenina en Gambia, su país de origen, demostrando que sus raíces constituyen la esencia de toda su labor a favor de la salud y el bienestar de las niñas. El trabajo que lleva a cabo en su comunidad le proporciona información y acceso a espacios y conversaciones donde puede promover su causa de manera eficaz. “No se consigue el cambio hablando a quienes ya están convencidos en salas de conferencias”, afirma. “Debemos trabajar con las y los líderes religiosos y tradicionales, las comunidades de hombres, niños, madres y padres que piensan de otra manera. Debemos escuchar y comprender sus motivos y sus sistemas de creencias de manera respetuosa, al tiempo que aseguramos su privacidad y dignidad. No hay que juzgar. En cambio, tenemos que utilizar interpretaciones religiosas alternativas y hacer referencia a pruebas científicas sobre las consecuencias perjudiciales tanto desde el punto de vista socioeconómico como sanitario que tienen la mutilación genital femenina y el matrimonio infantil”.

Consciente de la importancia que tiene un movimiento liderado por sobrevivientes para poner fin a la mutilación genital femenina, Dukureh espera inspirar a otras niñas y mujeres para que hablen de sus vivencias. “Debemos apoyar a las mujeres y a las niñas, especialmente a las sobrevivientes, para que sean capaces de liderar el cambio y convertirse en ejemplos para las demás. Cuando una sobreviviente habla a su gente, toca una fibra sensible”.

Lea más sobre su historia y su reciente entrevista sobre la mejor manera de abordar las vulnerabilidades relacionadas con la mutilación genital femenina a las que hacen frente las mujeres y niñas migrantes.

Lograr la seguridad en el Serengueti

Elizabeth Thomas Mniko, 17, head girl of the Mugumu Safe House, Mara, Tanzania. Photo: UN Women/Deepika Nath
Elizabeth Thomas Mniko, de 17 años de edad, encargada del hogar seguro de Mugumu, Mara, Tanzanía. Fotografía: ONU Mujeres/Deepika Nath

Elizabeth Thomas Mniko tiene 17 años de edad. Asiste a clases extracurriculares en la escuela como preparación para los exámenes de secundaria y trabaja como encargada del hogar seguro del Serengueti, Tanzanía, donde acudió escapando de la mutilación genital femenina.

“Muchas niñas huyen de sus casas con tan sólo lo que llevan puesto”, afirma Apaisaria Kiwori, matrona jefa del refugio de Mugumu, Serengueti, en la región de Mara, al noroeste de Tanzanía. El refugio tiene 10 estancias, cada una con cuatro literas y unos armarios pequeños donde guardar artículos personales. Se construyó con la intención de acoger a 40 niñas pero ya ha recibido a más de 300 durante la ‘temporada alta’, cuando la tribu indígena kurya, predominante en Mara, lleva a cabo la mutilación genital femenina.

Tras las lluvias de diciembre en cada año de número par, las y los líderes tradicionales y las personas ancianas de la aldea se reúnen para consultar a las personas que tradicionalmente llevan a cabo la circuncisión, llamadas Ngaribas, y a sus dioses sobre la mejor fecha en la que efectuar las ablaciones. Cuando llega la temporada alta, muchas niñas mueren como consecuencia de fuertes hemorragias o infecciones, y las que sobreviven al procedimiento deben soportar el dolor y el trauma que les provoca durante toda la vida.

Temiendo por sus vidas, niñas de tan sólo siete años de edad escapan hacia el hogar seguro. Allí está Mniko que les sirve de ejemplo. Mniko lo ha vivido en persona, y reconoce el inmenso valor que deben reunir las niñas para abandonar su casa. “Hay que ser muy valiente para dejar toda tu vida atrás”, afirma. “Algunas de las niñas de más corta edad ni siquiera sabían que esto significaría dejar de ver a sus amistades y a sus familias. Huyeron pensando que algún día volverían. Pero sus familias las han rechazado”.

Son justamente estas historias trágicas las que motivan a Mniko. Por ellas acude a clases extracurriculares, estudia sin descanso e inspira a todas las personas que la rodean. “Quiero ser abogada”, explica desde la litera de su habitación, “y defender los derechos de todas las sobrevivientes de la violencia de género”.

Puedes hacerlo, Mniko. Desde aquí te damos todo nuestro apoyo.

Lea toda la historia sobre el hogar seguro y las innovadoras decisiones adoptadas por líderes locales de la región de Mara para prohibir la mutilación genital femenina.

Conseguir el cambio, de casa en casa

Magda Ahmed, a rural women leader from Minya during a volunteers camp in March 2018. Photo: UN Women/Ahmed Hindy
Magda Ahmed, líder rural de Minya, durante un campamento de personas voluntarias en marzo de 2018. Fotografía: ONU Mujeres/Ahmed Hindy.

Como trabajadora social y líder rural en el Alto Egipto, Magda Ahmed trabaja cada día por los derechos y el bienestar de las mujeres y las niñas. Lucha por su derecho a la educación, su derecho a expresar su pleno consentimiento antes del matrimonio y su derecho a vivir la vida sin mutilación genital femenina ni otras prácticas nocivas.

Desde pequeña, a Ahmed le encantaba estudiar. Después de graduarse de la secundaria quería seguir estudiando, pero no se le permitió tomar la decisión por ella misma. “En el Alto Egipto, es difícil que una niña continúe con sus estudios”, explica Ahmed. “Obtuve mi diploma [de secundaria] pero no pude seguir con mi educación ya que mi madre y mi padre decidieron que con ese diploma ya bastaba. Tampoco mis hermanos defendían la idea de educar a las niñas de la familia”, afirma. A pesar de insistir, su familia se mantuvo firme y ella se casó a la edad de 18 años.

“Cuando me casé quería aprovechar mi energía para trabajar pero mi marido no paraba de decirme que mi trabajo eran la casa y los hijos”, recuerda Ahmed. Finalmente, con el apoyo de su suegra, empezó a trabajar en un jardín de infancia y, años después, tras arduos estudios y exámenes, Ahmed fue contratada por el Ministerio de Solidaridad Social como trabajadora social.

Su cargo incluye ir de casa en casa, conocer a las familias y tomar nota de sus necesidades y preocupaciones. Poco a poco las mujeres empezaron a confiar en ella y a explicarle sus experiencias personales de violencia doméstica, matrimonio infantil y mutilación genital femenina. Como parte de su capacitación profesional, Ahmed aprendió a generar conciencia sobre las secuelas del matrimonio infantil y la mutilación genital femenina. Además, como ella misma ha sido una madre joven, puede conectar más estrechamente con las mujeres y las familias. “Todo lo que pasé al haberme casado joven me ayudó a instruir a las mujeres que visitaba sobre las cuestiones relacionadas con el matrimonio infantil”.

Ahmed comparte uno de los logros de los que se siente más orgullosa: fue capaz de cambiar la opinión de una madre sobre realizar la mutilación genital femenina a su hija. “Me prometió que nunca nadie la convencería de hacer daño a su hija de esa manera. Ahora me doy cuenta de que mi papel como líder rural es fundamental en la comunidad”, explica satisfecha.

Para conocer más a fondo el trabajo inspirador que realiza Ahmed, lea toda la historia.